viernes, septiembre 29, 2006

Volver

Ha llegado el momento de recogerme.

En mis manos, la blusa se vuelca sobre sí misma y va subiendo por el torso y mis pechos. Elevo los brazos y ella roza mis codos, las muñecas (dulce beso), hasta salir de mí.

Mis dedos desabotonan el pantalón, que va bajando luego, agotado y soñoliento, palpando muslos y rodillas. Se despiden mis tobillos de aquél abrigo obligado.

A unos metros de mí, escucho el acompasado sueño de tres niños, que tendrán perlado el sudor bajo las narices de queso y gelatina. Pasa la noche calurosa, arrastrando su pesada falda de mosquitos y estrellas. Un reloj en el velador, anunciando discreto la muerte de cada instante.

Desabrocho el corpiño. Suspiro el alivio de la piel liberada. Me quito las bragas y sube hasta mí el dulce vaho de mi cuerpo, distendido y tranquilo.

Mi cama es blanca, inmensa. Me recuesto desnuda en aquella luna aletargada, extensa sobre las sábanas mansas.

Después, mirando el techo, pensando en nada, voy llegando a mí misma y nos ponemos a conversar, como cuando era niña y de repente llegaban otras que sólo yo escuchaba.

Por detrás de aquellas voces está mi cuerpo, que mira cariñoso y calla. Como si un hombre enamorado de mí acariciara mi espalda mientras duermo.

Es de noche. Cuerpo me recibe. Lame mis heridas (todo estará bien).

Estoy conmigo.

jueves, septiembre 28, 2006

Nostalgia

A veces los viajes confunden. Se cree una que ese tiempo suspendido forma parte de la vida. Como si esas horas fuera de casa sirvieran para rellenar luego la ventana vacía del baño, la sandalia rota, los niños enfermos. Los viajes suceden cuando Dios descansa. Relaja sus manos y nosotros emprendemos la travesía. Corta o larga, depende del agotamiento de Dios. Y claro, cuando despierta, volvemos a casa y guardamos la ropa (todo en su lugar). Pero Dios, que no sabe nada de lo que pasó, deja sueltos esos hilos: el nombre aquél que nos parece tibio, algún gesto dulce. Hilos huérfanos de nudos.

La nostalgia es la certeza de aquella trama que Dios ignora, y que nunca se tejió.

miércoles, septiembre 27, 2006

Mala hierba

Se reprime para no buscarme. Se dice que aún es posible alejarse de mí. Refrena sus manos en el abrazo, y acerca su boca, pero no besa.

Intenta todavía ser decente (piensa que podrá).

Pero ya lo he marcado. Lleva mi nombre bajo sus uñas y su lengua habla de mí.

Piensa que huye y cuida de guardar distancia. Yo espero que se agote y se detenga: al caer rendido sabrá que soy tierra.

Creerá estar a salvo, pero miles de ínfimas hierbas treparán desde su espalda y avanzarán tercas lamiendo su pecho, ocupando su vientre, enredándose a sus cabellos.
Besando mis brotes su boca, ya no querrá él liberarse.

Y tampoco podrá.

martes, septiembre 26, 2006

Preguntas pequeñas para cuerpos en expansión

CAPEANDO EL TIEMPO DE LAS PARCIALIDADES

¿Usted es cruceña? me pregunta, entre que tímido y curioso, el periodista al otro lado de la línea telefónica. Esa pregunta. Esa pregunta ya me la esperaba. Usualmente llega al principio. No es la primera vez que debo responderla. Y extrañamente, siempre me causa incomodidad.

No se trata de una simple pregunta, para saber de dónde es una. Se trata de un asunto importante, que debe ser dilucidado para colocar al interlocutor (en este caso, yo) en un cierto espacio, dominado por ciertas características que compartiría por tanto, con quienes han sido colocados (o se han puesto) en el interior de ese mismo límite.

¿Ser cruceño es bueno? ¿Ser cruceño es malo? Depende, todo depende.

En este caso, si soy cruceña mi trabajo adquirirá otro sabor. El sentido de mi trabajo será diferente, y con eso también su credibilidad. Estoy hablando del libro ‘Ser cruceño en octubre’, que es el fruto de una investigación realizada con la colaboración de Nelson Jordán, el impagable apoyo del Programa de Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB), y el padrinazgo del Museo de Historia de la Universidad Gabriel René Moreno.

‘Ser cruceño en octubre’ es una investigación que analiza los manifiestos institucionales hechos públicos por instituciones y agrupaciones cruceñas entre el 10 y el 24 de octubre de 2003. A partir de ahí, la investigación devela los caminos que toman los discursos referidos a la identidad cruceña. Es decir, en octubre de 2003, en medio de aquella crisis que se llevó muchas de nuestras certezas y nos trajo desafíos que aún hoy enfrentamos ¿qué era ‘ser cruceño’?

La investigación sirvió para develar muchas cosas que hasta entonces habían sido cubiertas por el velo de la rutina y lo familiar. Resulta, por ejemplo, que el Comité pro Santa Cruz es la única institución cruceña que durante la crisis de octubre de 2003 construye el centro de su discurso alrededor de la referencia identitaria. Se toma la palabra, se fija posición, se expresan demandas porque se está sintonizado con un ‘ser cruceño’ de ciertas características: trabajador, productivo, ajeno a los conflictos, unido y agrupado alrededor de un pacto social empeñado en la defensa de la cultura cruceña, que sería la cultura del trabajo, de la honestidad y del respeto a la ley.

Este Santa Cruz estaría enfrentado con el occidente, propenso al caos y a la anarquía, por estar sintonizado con unos cuantos malos dirigentes, empeñados en amedrentar a la población e interrumpir el estado de derecho y el proceso democrático.

Una vez publicado el libro, resulta que si soy colla, este trabajo será un discurso más, esgrimido por alguien ajeno a la sospechosa identidad cruceña. Resulta que si soy camba, este trabajo habrá demostrado que también de este lado hay críticos y capacidad de criticar. Porque se asume en algunos círculos que en Santa Cruz no hay pensamiento distinto, y que si lo hay se impone a sí mismo la mordaza por miedo a la mirada omnisciente y sobrecogedora del Comité.

De este otro lado, si soy colla era de esperarse que diga todo eso acerca de octubre en Santa Cruz. Si soy camba, mi discurso será silenciado tras un fácil ‘traidora’ que me cerrará ciertas puestas que sólo se abren con el salvoconducto de la cruceñidad comprobada y militante.

Bueno pero ¿soy cruceña? Esa pregunta y su incomodidad. ¿Por qué es importante saberlo? ¿Qué nos ha pasado que de repente ser cruceña o no serlo es tan importante? ¿Acaso no estamos hablando de un trabajo intelectual? ¿Acaso el periodista no ha leído el libro? ¿No es eso suficiente para dejar testimonio de su neutralidad, de su calidad científica y argumentativa, o de su ausencia?

No, no es suficiente. Porque efectivamente, octubre del 2003 ha provocado muchos cambios, la mayor parte de ellos ya nombrados, gritados en las calles, sufridos o festejados en boca de urna, sudados alrededor de las mesas de negociación, desfilados en la plaza de armas, susurrados en los pasillos del Parlamento.

Pero también ha provocado otros cambios, más pequeños y por eso mismo más cercanos, porque son como esos minúsculos granitos de arena que nos traen los vientos de agosto, y se nos cuelan detrás de las orejas, entre nuestros labios, en el doblez del pantalón, por las rendijas de nuestra casa, bajo la almohada, en el cuarto de los niños.

Son los cambios que raspan cada día nuestra piel: el proceso empezado en octubre del 2003 también desembarazó fronteras. Vivimos el tiempo de la delgada línea inquisidora que nos determina buenos o malos, patriotas o sediciosos, visionarios o reaccionarios, fieles o traidores, propietarios o sin tierra, oligarcas o santurrones. Nuestra cotidianidad entera está teñida de aquellas sutiles distinciones.

Hoy más que antes, nos vemos arengados a ubicarnos de uno u otro lado de la dicotomía. Si no tenemos suerte, no hará falta que decidamos: nuestro acento, nuestra piel, nuestra ropa, se encargarán de hacerlo por nosotros, y los demás, ya más cómodos de que todo esté claramente definido y ordenado, actuarán en consecuencia.

Es el tiempo de las parcialidades. El resultado más famoso del censo del 2001, debe ser aquél que dice que la mayor parte de la población se reconoce indígena en Bolivia. No sé si por falta de espacio o de buena fe, se deja siempre en lo oscuro la consideración de que la categoría ‘mestizo’ no formaba parte de las posibilidades de respuesta. Te quedaba ser ‘indígena’ o ser ‘otro’.

Yo soy ‘otro’. Pero bueno, tampoco me quejo. Si los redactores de la encuesta hubieran tenido visión de género, me hubiera quedado siendo ‘otra’, y todos sabemos que ser ‘la otra’ no es muy bien visto ¿no?

El alto porcentaje de población autodenominada ‘indígena’ es fruto de un proceso social y cultural muy importante, de revalorización de lo originario, que me parece tiene un hito en la recordación de los 500 años del inicio de la colonización española. No es, por tanto, una categoría inamovible y definitiva. De aquí a cinco, diez o veinte años, cuando nos demos cuenta que lo indígena tampoco alcanza para reflejar todo lo que somos, inventaremos o desempolvaremos otra categoría a la cual vitorearemos todos, una vez más ilusionados y anhelantes.

Mientras tanto nosotros, los ‘otros’, somos testigos de cómo se guardan en el silencio todos los procesos de creciente urbanización que hemos vivido los bolivianos. En las tres ciudades más pobladas de Bolivia está casi la mitad de la población, en una especie de ágora abigarrada que al mismo René Zavaleta le hubiera causado espanto. ¿Acaso alcanza lo camba para reflejar todo aquello? ¿Acaso alcanzo lo indígena? ¿Y lo colla? ¿Será posible subsistir inmaculado de modernidad en medio de los mercados, de la tecnología de contrabando, en medio de la calle y todos sus rostros diferentes, en horario estelar, mientras la alcaldía cruceña maneja más recursos que la prefectura del departamento?

Nos llenamos la boca hablando de interculturalidad y diferencia, y apenas nos alcanza para reivindicar lo indígena, ocultando una vez más todas las otras parcialidades que también somos y que también construimos hoy aquí y en todas partes, día a día. Más allá de las pertenencias identitarias y partidarias, que no son todas las pertenencias que importan, es imprescindible que en la Asamblea Constituyente converjan todos nuestros caminos, y todas las limitaciones que restringen nuestro transcurrir, para moldearlas y hacerlas oportunidad y desafío.

Recuerdo que hace unos meses, al pensar en la Constituyente , nuestra lengua decía nuevo pacto social. La chicanería política, fiel defensora de la parcialidad, ahora pretende conformarse con simple mayoría. Olvida que lo que no se acuerda en casa se grita luego en las calles y se hace rebeldía, rencor y barricada.

¿Usted es cruceña? me pregunta, entre que tímido y curioso, el periodista al otro lado de la línea telefónica. A pesar de todo, le contesto. Dos segundos de silencio, y descubro que a él también le resultó incómoda la pregunta. Ya empiezan a llegar más distendidas, más humanas las siguientes consultas. Lo escucho y sonrío, mientras miro mis manos de mujer, sobre estas hojas tachoneadas de escritora, en mi escritorio de oficinista, junto a mis libros de investigadora, pensando que ya es hora de cumplir mis deberes de madre, en esta ciudad de inundaciones y anillos, me lanzaré a las rutas desordenadas en mi autito de clase media, que no he terminado de pagar porque mis acreedores me dan prerrogativas de hija, como si no tuviera responsabilidades de treintañera, de ciudadana, de ‘otro’, de otra, muchas otras…

domingo, septiembre 24, 2006

Reporte

Hoy encontramos una laguna. No era natural, pero tenía el agua liviana y verde. Un muelle de madera penetraba en parte de su cuerpo, y recostada en la última tabla, parecía una estar navegando en su lomo de gigante manso.

Buen lugar para saciar los ojos.

Había renacuajos en la orilla. Cuando Francisco ya estaba mojado, se me ocurrió que sí era una buena idea la suya de sacarse los zapatos y, descalzos, emprender la hazaña de atrapar renacuajos con patas, que eran los más grandes y los más ladinos también.

Natalia descubrió que quedándose quieta, aquellas crías se acercaban, y coleando se prendían a sus pies blancos y sorprendidos.

Así debe sentirse el óvulo: primero inmóvil y silencioso en su redondez, y luego, de a poco, un tremor pequeño y constante viene del afuera, y se extiende incansable, hasta ocupar toda su delgada esfera. Miles de besos diminutos, repetitivos, palpitando para entrar.

¿Cómo distinguirá el óvulo aquél renacuajo, ése preciso, único merecedor de su milagro de agua roja y luz?

viernes, septiembre 22, 2006

De viaje

Tanque a full.
¿Habrá blogger en el paraíso?

jueves, septiembre 21, 2006

Victory

Somos tantas cosas. Sentados a una mesa, recién conocidos, traemos en nuestros cuerpos solitarios tantos otros cuerpos: los primos, los amigos íntimos, los pajaritos que enterramos, los apellidos. Buscamos preguntas para mejor ubicarnos ¿qué haces? ¿qué escribes? Las respuestas no importan. Nunca han importado. De esta mesa, de este lugar, recordaremos otras cosas, quizá pequeñas. Tu silencio de decir sí, tu infancia que percibo llena, aquél hombre que nombras con tanta facilidad (yo no puedo), la cerveza.
Yo recordaré tu estar. Tu haberme buscado. El yo sentirme esperada. Leída.

martes, septiembre 19, 2006

Soñarme nutria

Quiero ir a Buena Vista para el feriado. Solos, mis hijos y yo, en el auto del pescadito. Quiero sumergirme en aquella piscina y pasar pataleando en silencio por debajo del puente. Soñar que soy nutria y hacer remolinos en el agua, acometer hasta el fondo y extender los brazos, las piernas sin peso. Después, a la noche, cuando los niños ya estén durmiendo, salir al pasto, mirar el cielo. Arrebujarme en el olor dulce de la noche y escuchar, envolverme en el aliento caliente de esa boca negra de savia y tierra.
Quiere volver cuerpo a su casa de verde musgo.
Mamá dice que es muy lejos, cómo en tu auto: tiene miedo. Papá me dice andá, no es tanto. No sabe madre que ya sé cambiar llantas, que ya hice ese viaje sola, una vez, en un auto ajeno. No sabe que una mujer así como yo va perdiendo el miedo de ser una, y nada más.

A veces me asustan los fantasmas, pero siempre me rescatan mis aguas.

(También están los bloqueos, y la gasolina, que no hay.)

lunes, septiembre 18, 2006

Siesta de sábado

Tres mujeres para una cama. Yo al medio.
De un lado mi madre, que suele ser tan abrazable cuando yace. De otro lado mi hermana Esther, de cabellos negros, exhuberante y generosa.
Ser feliz es que me rodeen y me arropen y, como si fuera otra vez niña, dormir la siesta agazapada en el cuerpo casa de mamá.

viernes, septiembre 15, 2006

Informe de jueves

Estoy en Sucre, en Casa Kolping. Soy la feliz beneficiaria de una cama blanca, de liviandades y ensueño.
Hoy por la tarde di una charla sobre interculturalidad y constituyente a líderes campesinos. Grover hizo de traductor.
Anoche me contó que hace dos meses lo asaltaron en Potosí y él se resistió y devolvió el ataque. Entonces se ensañaron con él.
Más de doce puñaladas. Una semana en terapia intensiva, sin seguro. Esposa y tres niños. Perdió el trabajo (pero ya consiguió otro). Las heridas le duelen cuando hace mucho frío. También el trauma debe punzarle todavía.
Grover es de esos hombres dignos, a cuyo lado es lindo sentarse y guardar silencio.

miércoles, septiembre 13, 2006

Renacuajos

En ese tiempo no había fechas. La vida sucedía como un animal salvaje, sin llevar cuenta de los días.

Alguna jornada poblada de calor y humedades, cruzamos como siempre el alambre del patio para llegar hasta aquella poza, donde ocurría el milagro de los peces colgando de nuestros anzuelos, y descubrimos una especie de marea negra y densa que se había apoderado de las orillas. Era como si la noche se hubiera quedado dormida al borde de nuestro universo de agua turbia y patos. Sin embargo, al acercarnos, vimos que aquella masa se movía. Y después, con nuestras manos dentro, miles, millones de pequeños seres rozaron inquietos nuestra piel sorprendida. Eran tantos que no había escapatoria posible: necesitábamos apenas alargar nuestros brazos y coger.

El verano entre nuestros dedos.

En ese instante, libres y despeinadas, aprendimos que cuando la vida se desborda, avanza y ocupa todos los resquicios, palpitando inquieta hacia nosotras.

Y también aprendimos mis hermanas y yo, que si sumerges las manos en esa marea, los incontables pedacitos vivos descenderán eléctricos por tu columna, y despertarán tus ansias.

De ahí en adelante será casi imposible que tu cuerpo, contagiado y hambriento, acceda a detenerse y dormir.

martes, septiembre 12, 2006

Ser feliz (1)

Una cierta ternura me acompaña.

Viene desde adentro, como un círculo bueno que arde amoroso en mi pecho.

Cuando hago silencio y replegada miro hacia fuera, ese círculo se expande y me abraza. Las cosas, los retazos de ventana, los pedazos de vida en tránsito que alcanzo a ver, contienen entonces un todo persistente y entrañable, donde es placentero estar.

En esta bondad no hay esquinas ni sombras, no hay distancia ni separación.

En el círculo contenida, floto ilimitada y pertenezco.

Es el útero que me engendró, que no ha querido irse, que ha preferido residir como un hogar en mi adentro.

Y me acaricia.
Y me nutre.
Y me aliviana.

jueves, septiembre 07, 2006

Dentro de mí

Papá era el héroe perfecto. Sobre todo cuando montaba a caballo. Siempre montaba él en el más grande, en el más fiero. Los caballos que papá montaba, empezaban a caracolear en cuanto él apoyaba el primer pie en el estribo. Entonces papá aligeraba el peso, engarzaba la pierna libre al otro lado de la montura, el caballo caracoleando, y una vez arriba, las rodillas apretando al animal, las bridas firmes en su mano, lo taloneaba. ‘Sooo caballo’, ‘bueeeno mierda’. Papá desafiando. Papá apurando y frenando, vuelteándolo, como él decía, asentándolo, siempre al más hermoso.
Papá era también así, hermoso.
Salíamos papá y yo a los cañaverales. Yo siempre detrás en algún caballo manso, seguro. Segura. Una mano suya en su cintura. La otra en las riendas. Espalda recta, sombrero blanco. Botas. Yo detrás, luchando con el miedo para no agarrarme de la montura. ‘No te agarres de la montura.’ En los cañaverales nos vamos acercando a los zafreros, les pregunta, les habla, les dice cosas que ya no recuerdo, una mano en la cintura, la otra en las riendas. Imponente desde su sombrero blanco. Y el caballo. Enorme, tostado y de cola larga, crines desordenados. Los músculos del animal en trote perfecto. El olor de los caballos está cerca de mi corazón, emana del sudor de un cuerpo poderoso, dirigido por mí, tan pequeña y débil.
El caballo suda, el mío, y el de papá también, a través del pasto, que suena seco cuando lo pisoteamos. Detrás nuestro, una estela delgada de verde apisonado. Y el ruido de nuestro paso. Cuatro patas acompasadas. Donde pisa la delantera pisará luego la trasera. Calzará perfecta. Después, apenas quedan dos huellas. Pero son cuatro las patas que nos llevan.
De vez en cuando, las moscas, los mosquitos. Arrecia la cola, se rebelan las crines. ‘No te agarres de la montura’. Está para siempre inscrito en mi cuerpo aquel ritmo de pezuña y tierra. El olor dulce y penetrante de los caballos entre mis piernas. Inscrita para siempre en mi cuerpo esta cicatriz de alambre abriendo mi carne, raspando el hueso.
Era angosta aquella entrada al patio de la casa, pero el caballo ansiaba llegar y quiso entrar por ahí. ‘No dejes que te domine’. Era ancho y hercúleo el caballo y quiso entrar. Trrr suena mi piel rasgada, el hueso descubierto. Trrr y me asusto. Es puro cuerpo el caballo y siente al instante mi miedo. Se turba y retrocede, jaloneo la rienda y zarandea la cabeza, ‘no dejes que te domine’, retrocede más. Pasa entonces altivo papá por delante, en su alazán brioso. Ni una púa le raspa, nada se atreve a rozarlo siquiera.
‘Ahora entrá vos’ Papá ¿no ves la sangre? ‘No tengas miedo. Pasá’. Pero si está brotando la sangre, y el caballo asustado. Yo misma a punto de llorar. ‘Entrá. No dejes que te domine’. Sus ojos de mirar peones están posados sobre mí. ‘Nooo...’. ‘Vas a entrar por ahí mismo. Y vas a entrar bien’ desde lo alto, una mano en la cintura, la otra en la rienda.
Tiemblo.
Taloneo indecisa. El caballo vuelca las orejas. Cuando vuelca las orejas me mira, lo sé. Taloneo otra vez. Unos pasos. ‘Hacelo caminar’. Camina, taloneo. Se acerca al alambre y tengo miedo, pero si sangra ¿no ves? No, no ve. Me mira a los ojos, dominando aquella bestia feroz debajo de sí. Mi caballo camina, avanza. Yo allí arriba, muñeca de trapo y satén. ‘No tengas miedo. Pasá’. Voy cruzando, mi sangre fluyendo a milímetros de la misma púa de alambre cruel. El caballo nervioso y yo desandamos los pasos malhadados, redimimos la herida frente a los ojos de hielo de papá.
Ya lo sabía entonces, que todo era para evitar que se me quede tatuado aquel miedo. Que recule vencida ante la voluntad de la fiera. Igual. Si avancé fue por miedo. Si traspasé aquella frontera fue por sus ojos engarzados en mí.
Pero ahora que papá sufre dolores de espalda y rara vez montamos caballos en aquellos cañaverales que están demasiado lejos, me recuerdo allí, abrazando con las piernas una fortaleza de músculo e instintos.
Cuando vuelvo la mirada hacia la estela de días apisonados que han ido quedando detrás, cuando recuerdo los años oscuros, me pregunto cómo pude traspasar aquellas noches en que el miedo era alambre de púas incrustado a mi piel ¿Cómo los días de cuerda floja y vacío infinito?
Debe ser porque cuando era niña, dominé caballos. Y mi padre tiene algo de eso también: algunas noches cuando lo abrazo, creo escuchar aquél ritmo perfecto de pezuña y tierra. Yo misma, a veces, cuando no sujeto bien mis riendas, siento que mi cuerpo vuelve a los cañaverales: espalda recta, mano en la cintura, botas de montar.
Y aquellos briosos e invencibles caballos galopan ahora, también desbocados, dentro de mí.

miércoles, septiembre 06, 2006

Florecer

Aprendi com a primavera a me deixar cortar.
E a voltar sempre inteira.

Cecília Meireles

domingo, septiembre 03, 2006

Intimidad

La soledad no depende del amor.
Yo por ejemplo, soy amada.

Tampoco es cuestión de plenitud.
Yo estoy con cuerpo,
y cuerpo está conmigo.

Pero no emprendo travesías:
permanezco isla.

Así, al pasar de los años
al haber yo partido
¿quién podrá decir
de mi ventana generosa,
de aquella luna preñada,
de mi estar desplegado y tranquilo?

Todas esas pequeñas cosas
que hacen mi pasar
(las arrugas de mi sábana
las horas y su rutina
las voces que escucho de los niños)
se habrán, también, ido.

No habrá quien pueda
juntar las piezas
diminutas efímeras
que me dibujan.

La soledad son los hábitos
minúsculos que no compartimos.

La intimidad silenciosa.

Cierta ternura guardada.

Y los gestos inválidos, perdidos.

viernes, septiembre 01, 2006

Mujer que se apaga

La mujer que se apaga
no retendrá la sonrisa de los cumpleaños
ni parirá niños felices.

La mujer que se apaga
aprenderá a engullir sus palabras
yermas
como animalitos muertos.

La mujer que se apaga
no guardará orgullosa
las estrías de su vientre
ni probará la miel
que sudan los hombres
florecidos.

La mujer que se apaga
no escuchará las voces, ni los nombres,
ni los ríos.

La mujer que se apaga
clamará rabiosa
por migajas de luz
de luciérnaga.

Y en su adentro
persistirá retorciéndose
un sol ciego
cautivo

hasta el infinito
adolorido.