martes, mayo 29, 2007

Prestadito

Niña hermosa
¿quién te dijo no?
Es mentira que no
que no hay luz de luna
y rayo de sol.

De Paola Senseve
psenseve.blogspot.com

domingo, mayo 27, 2007

de ti

otra vez mis pasos

desandan
caminos viejos

y mis pies (besados)
los recorren llorando

mis pies (de ti)
desamparados

martes, mayo 22, 2007

Invitación


Este jueves 24 de mayo a las siete de la noche, presentaremos ‘Con el cielo a mis espaldas’, un libro de poesía e imágenes, de Valia Carvalho y mío, en la 8va Feria Internacional del Libro, aquí, en Santa Cruz. Están todos invitados a compartir con nosotras el feliz nacimiento. ¿Una probadita?

él
abrió mi jaula
y se fue

pero yo nunca le dije
que deseaba ser libre


Y si no pueden ir, les esperaremos en el stand El Cunumi Letrao, de editorial El País.

Besos,
Claudia

jueves, mayo 17, 2007

La punzante costumbre

Un hombre la llamó mientras almorzaba. Ese hombre que ella dijo una vez que había amado. La llamó por cualquier excusa, un día cualquiera, porque estaba solo. Porque hubo un momento en que quizá pensó que se podía retroceder.

Ella, cuando recibió la llamada, estaba rodeada del ruido de los niños, que siempre discutían al comer. Tuvo que esforzarse para escucharle, y al otro lado también él debe haber escuchado las otras voces.

Hablaron poco. Se preguntaron las cosas que suele preguntarse la gente que solamente se encuentra de vez en cuando. Ella prometió que le escribiría, proponiéndose realmente hacerlo (por la tarde lo olvidó totalmente, y al final no lo hizo) y él le pidió que sí, que lo hiciera.

Sintió cariño por él. Después de todo, era un hombre indefenso. Estando con ella, no había sabido dejarse acompañar. Teniéndola a ella, no había logrado jamás vencer la punzante costumbre de la soledad.

miércoles, mayo 16, 2007

Varias cosas

Apenas terminado de escribir ese pequeño texto, pensó que al castellano le faltaban varias cosas: un ‘él’ que pudiera diferenciar entre
- un ‘él’ objeto,
- un ‘él’ persona,
- y un ‘él’ persona amada.

También le hacían falta al castellano un ‘su’ de mujer y un ‘su’ de varón.

Así ella podría escribir de ‘él’ (persona amada) sin nombrarle necesariamente (porque al fin y al cabo, se dijo, nombrar es limitar, y pudiera él, o lo que ella de él piensa, no encajar en el nombre que le habían puesto ‘sus’ (los de él) padres hace tantos años), y podría hablar de ‘su’ (la de él) risa sin que nadie pensara, confundido, que estaba hablando de la ‘suya’ (de mujer) propia.

martes, mayo 15, 2007

El tiempo

¿Y qué era entonces el tiempo?

Porque cuando ella se interesaba intensamente en algo (un libro, un comentario que estuviera escribiendo) parecía transcurrir casi arrastrándose, como un caracol herido. Pero cuando estaba con él, cuando yacía con él y conversaban, parecía el tiempo inexorable y arrasador. Casi inmisericorde. En cambio cuando por la calle iba despierta y miraba a las gentes que a su lado transcurrían, podía ver en sus caras nítidamente los días, sobre todo los días de luto, los días de odio, los días de espera que esos cuerpos guardaban dentro suyo.

Porque también pensaba que el tiempo no pasaba, sino que era como un río encerrado que fluye incansable y no deja de llegar, amontonándose, apretándose contra sí mismo y presionando, presionando humilde pero inextinguible aquéllo que pretende contenerlo, hasta que llegaba un día en que el río se llevaba todo por delante y explotaba y se desbocaba.

La explosión era la muerte. El fluir del río eran los años y de los años sus días. Y lo que terminaba vencido y destrozado era el cuerpo, todos los cuerpos.
El suyo propio inclusive, cuando le llegara la hora.

domingo, mayo 13, 2007

Mañana de domingo

Se levantó temprano aquel domingo, pensando encontrar la verdura fresca, las lechugas todavía húmedas, libres de sol en el mercado. Con todo, le costó levantarse de la cama: se había dormido finalmente tarde la noche anterior y, aunque no había despertado ni una sola vez (generalmente se despertaba para orinar y volver a desplomarse adormecida en la cama inmediatamente) el calor profundo de los edredones la retuvo una media hora más. Después se duchó apurada (es cierto que mientras lo hacía pensaba en él), desayunó cualquier cosa: leche con chocolate, un pan, y manejó hasta el mercado.

El mercado no le resultaba interesante. Compraba más o menos lo mismo cada semana, en los mismos dos puestos, uno para las verduras y frutas y otro para los abarrotes, para que aquello no le demandase en total más de media hora. Pero aquel domingo también compró carne: molida, azotillo, e hígado de pollo para el perro.

De vuelta en casa, metió ropa a la lavadora, y guardó las verduras mientras cocinaba, pelaba cebollas y mezclaba harina para la comida del animal.

Así fue transcurriendo la mañana, y cuando abrió casi sin pensar la ventana de la cocina, fue por primera vez conciente del olor de la mañana que penetró desde la calle, desde el sol y los colores de la calle, las hojas verdes de los árboles de su vereda, los ruidos conocidos de las casas cercanas. Abrió los pulmones para que la penetrara aquel aroma liviano y tibio, un olor de instantes cómodos y pasajeros, casi irresponsables. Desde ese momento, el tiempo dejó de ser aquello que transcurre jaloneado de las manecillas metálicas de un reloj. Fue otra cosa, algo más personal y flexible, como si le fuera propio y pudiera ella manejarlo a su antojo. Y fue extensa de sonidos y momentos la mañana, y cuando por costumbre miraba de reojo el reloj, resultaba que el tiempo continuaba muerto, mientras ella (más cierta que nunca) parecía danzando entre tomates ruborizados y vapores de hueso.

lunes, mayo 07, 2007

El río (2)

Pasó el río por mi casa, con una libélula traslúcida en el bolsillo de la camisa.
Antes de irse me entregó una piedrita blanca, que hace luz.

viernes, mayo 04, 2007

La prisa y el tiempo

¿‘Me puede depilar las cejas?’ le digo. Iba saliendo de mi oficina y la vi ahí, parada en la puerta de la peluquería. Diez minutos no son nada, pensé.

‘Mmmm’, murmura ella, sonriendo sin mostrar los dientes. Morena, cara redonda, los rasgos sinuosos y mansos (bien cambita). Ya me detuve e insisto con la mirada, sin decir nada.

‘Es que no tengo cera’. Está allí, el hombro apoyado en la puerta. No hay clientes dentro y ella ha salido a mirar la calle.

‘Es con pinza’, le digo.

‘Mmmm’ balancea el cuerpo, tímida y acorralada. Van pasando posibles frases por su cabeza, va buscando cómo zafarse, por dónde escapar. Es que no le da la gana nomás, pienso y por eso mismo insisto, me planto, no le ahorro incomodidad a la situación. Si está para eso, si es su trabajo.

‘Mmmm (busca y busca) es que no traje mis pinzas’, ahora sí, muestra los dientes, casi riéndose de sí misma, de tan no creíble su excusa.

¿Yo? la rabia, la inutilidad. ‘Bueno, vuelvo otro día’ (la prisa), y me voy.

Ella se queda apoyada en la puerta, con toda su juventud y el tiempo (el suyo propio) mirando el final de una tarde en la Cristóbal de Mendoza.


para Ricardo