domingo, noviembre 25, 2007

Del miedo, la guerra y el primer muerto

Es el primer muerto el que transmite a todos la sensación de amenaza. La importancia de este primer muerto como desencadenante de las guerras es fundamental. Los poderosos que quieren desatar una guerra saben muy bien que deben procurarse o inventar un primer muerto. Su peso efectivo en el interior del grupo carece de relevancia. Puede tratarse de alguien sin ninguna influencia especial, incluso de un desconocido. Lo que importa es su muerte y nada más; es preciso hacer creer que el enemigo es responsable de ella. Se ocultan todos los motivos que han conducido a su muerte excepto uno: ha perecido como miembro del grupo al que uno mismo pertenece.

La (…) lamentación que surge de inmediato (…) se abre, por así decirlo: todos los que se sienten amenazados por el mismo motivo se suman a ella. Su modo de pensar y de sentir se convierte en el de una muta (grupo) de guerra.

La guerra, que para estallar se ha servido de uno o pocos muertos, acaba produciendo un número realmente ingente de ellos. Cuando se consigue la victoria, el lamento por estos resulta muy parco en comparación con el lamento por el primer muerto. La victoria, que es sentida como una merma decisiva, cuando no como el completo exterminio del enemigo, resta peso al lamento por los propios muertos. Se los envió como avanzadilla al país de los muertos, adonde ellos mismos arrastraron a muchos más enemigos. Así libraron del miedo a los suyos, que de otro modo no habrían ido a la guerra.

Elías Canetti, en “Masa y poder”, 1960.

sábado, noviembre 24, 2007

Diferencias (4)

El horror de la huella

Ya se habían ido los anteriores habitantes de aquella bonita casa en Chasquipampa, gente decente, cuando él entró. Y en los cuartos vacíos bañados de sol, fue encontrando aquellos papelitos: colgados del espejo en el baño, de los anaqueles en la cocina, del librero en el escritorio. Mensajes que habrían perseguido el trabajo que hacían las mujeres en servicio.

Ni siquiera la caligrafía esmerada podía disfrazar el horror de esa huella…

¡OJO!
Quien rompa algo, lo paga.
Quien me mienta... se va
Quien no cumpla las reglas... se va (nadie es indispensable)
Sean agradecidas honestas y honradas
Si se pierde algo... lo pagan

NOOOOO
Usar ninguno de mis dos baños para nada.
Ustedes tienen el suyo.


Después de humillar, esos papelitos pedían, además, cariño:

POR FAVOR
Mantener la casa limpia y ordenada
Cocinar rico y con cariño
Cuiden las cosas y la casa

viernes, noviembre 23, 2007

Más Elvira

Sembré maíz
para la nueva cosecha
Y a vos te quise
para mi nuevo andar

Sobre del río
la flor de ulala
golpeada por la lluvia
agachada canta

Elvira Espejo Ayca, “Canto a las flores”. Editorial Pirotecnia, 2006.

miércoles, noviembre 21, 2007

Diferencias (3)

Y estas niñas, ¿por qué pasan por mi cuarto? ¿Por qué, cuando llego a la sala, ellas se retraen, sonríen, se tapan la boca, como si las hubiera sorprendido haciendo algo?

Amelia y yo conversamos. Ella tiende mi cama, plancha nuestra ropa, barre la casa.

Para ir al patio trasero, no pasa por mi cuarto, que es el camino más corto, sino que da la vuelta por la cocina. Sus hijas sí pasan.

Cuando pasa por mi ventana, no mira jamás hacia adentro, pasa de largo. Sus hijas sí miran.

¿Qué tienen estas niñas, que me resultan impertinentes a pesar de hacer casi nada? ¿Ostensibles, a pesar de silenciosas?

martes, noviembre 20, 2007

Diferencias (2)

Subida en la bici, resulto extraña para algunos. Los jardineros, los maestros albañiles me miran sin dejar de pedalear y a veces, cuando nos cruzamos en la calle, 'buenas tardes', algo despreocupado el gesto.
A veces me sonríen.

lunes, noviembre 19, 2007

Diferencias (1)

Le timbra el celular justo cuando lo están atendiendo en la ventanilla. Entonces, inquieto, se hace a un lado y contesta. 'Buenas tardes, licenciado' en voz baja, pero en medio de la discreción, su espalda delata la reverencia.

domingo, noviembre 18, 2007

San Antonio (2)

‘Quiero hacer pis’: bajábamos al baño. Vos entrabas primero a revisar un cubículo que estuviera bien. Abrías, y mientras estuviera adentro, te quedabas junto a la puerta, esperándome.
Era lindo eso, que fueras el hombre que me cuida.
Que sea yo la mujer que se descalza en tu celda.

sábado, noviembre 17, 2007

San Antonio (1)

También en la cárcel, estando en tu celda, hacíamos el nosotros.
Bajar las escaleras, acercarnos a los otros presos, era sumergirnos sorprendidos en el afuera.
En ese afuera, vos estabas siempre junto a mí.

viernes, noviembre 16, 2007

De manos dadas

Aquellos muchachos golpeándose ¿te acuerdas? ‘Están peleando leal’ dijiste, o algo así, desde el otro lado de la calle donde ellos estaban, y hasta nosotros llegaba el arrastrarse de zapatos, el bufido interrumpido, el miedo disimulado. Había basura y a unos metros, no supimos distinguir si eran varones o mujeres aquellas personas ofreciendo sexo. Calles cercanas al mercado. Noche. ¿Por qué atravesamos eso sin sentir el aliento negro? seguimos lento, y tuve apenas un poquitito de miedo.

jueves, noviembre 15, 2007

Los parados

Miércoles 14. Paro de transporte, la vida de cabeza: ¿con quién dejar a los niños para ir al trabajo? ¿quién cocina? pasó el carro basurero y no saqué las bolsas.

Las calles casi vacías, no bloquean por aquí.

Al mediodía, atravesando las avenidas: negocios cerrados, restaurantes que no abren, tiendas sin atención. En el supermercado, impaciente la cola de los que compran comida lista para llevar a casa. A media máquina el barrio. No hay negocios, no sale la gente a la calle.

No bloquean por aquí (no hace falta).

Nosotros, los de la vida feliz, no somos los mismos sin todos los que penetran la ciudad para cortar nuestro césped, darnos el cambio, cuidar la calle, barrer el patio, cocinar el guiso.

Amelia, al día siguiente: en mi barrio todo estaba normal, había pensiones, en la rotonda harta gente. Y la plaza llena de niños jugando. La gente salió a pasear. Estaba bien bonito.

Todo bonito. Y aquí, nosotros los apoltronados, arrancados de la normalidad, sin nadie a quien mandar.

miércoles, noviembre 14, 2007

Más Elvira

¿Qué late, qué late?
En la plaza vacía, ¿qué late?

De "Canto a las flores", de Elvira Espejo Ayca.

domingo, noviembre 11, 2007

Canto a las flores

Cerros y pampas
he atravesado
en busca de las mariposas


Tú serás para mí
yo seré para ti
Para estar siempre juntos… llorando


Así es la Poesía de Elvira Espejo Ayca.

sábado, noviembre 10, 2007

Festival de poesía en las calles (La Paz)

El día

Para Blanca Wiethűchter

El día es un rito unánime renovado
en el tiempo
con sus sucias artes
sus imperios
su imbatible hermosura.

Llega con la madrugada
golpea el nudo frío de las campanas
y se abraza a la mañana
en el ascenso de las gotas que se
desvanecen.

Lenta
precisa como un mago
se desliza la gasa de una niebla sin origen
colgándose de los altillos
amotinándose entre la soledad
y la ensoñación de los transeúntes
en la hora exigua del día.

El día cae sobre las calles
se inclina sobre las pisadas frescas
de los pájaros
y se estremece entre los árboles perpetuos
que rasgan la ciudad con su aire de ceniza.

Solo entonces se percibe tu aliento
bajando desde alguna morada
escurriéndose entre las manos de
tus hijas

en el alba efímera
aunque tú bien sabes que el tiempo
es más que sólo tiempo
que las cuerdas y las retamas que
lo yerguen

se destrenzan infinitas
que el fuego lo esculpe lo esculpe es sólo
el humo
con que el amor desteje su memoria.

Yo te invito a dejarte vagar por este inicio
de tules matinales
que se rozan sin tocarse
hasta desaparecer en la vigilia
a ver si entonces
acechada por la alquimia
de las luces descendentes
sosiegas tu cintura en lo que quede
del día

para reconocerte ligera y fugaz
en el epílogo de la hierba
como una brisa.


De Juan Carlos Orihuela, leído bajo una cúpula de adobe, hoy.

jueves, noviembre 08, 2007

Fotografía

Sumergidos desde el pecho para abajo en aquella sustancia azul verdosa, se ven algunas personas a lo lejos. Los hombros desnudos, la piel morena (adivinamos los trajes de baño).
A todo lo largo de la imagen, líneas blancas de espuma, y aquí más al borde, la espuma recortada. Rastros de burbujas suaves y húmedas. Sabemos que en la realidad todo está en movimiento, y a pesar de la imagen detenida, también adivinamos eso: el movimiento.
Y allí, en un pequeño punto de la infinitud, en medio de la arena, del agua de sal, están los tres. Giovanna y sus hijos en el mar. Reconozco una polera, una sonrisa, la niña de cabellos largos. Pienso en la nieve, en aviones, en bibliotecas conmovedoras. Los días que pasan, los días que debieron pasar, los abrazos, gotitas saladas saliendo de tus ojos.
Y adivino también eso, lo más importante: tu felicidad.

martes, noviembre 06, 2007

Calle Flamboyanes

Un chillido agudo, que se escucha en toda la cuadra, cuando doblando la esquina le tira a toda velocidad, pedaleando rápido, a todo lo que da. Su espalda descubierta, afanando, su pelo al viento. Ríe nerviosa, pero sigue rápido. Aleja los pies de los pedales, abre las piernas completamente hacia afuera, las estira, avanza así, riendo. Los pedales, sueltos, giran desenfrenados. Por fin: Natalia en bici.

El bicicletero

- ¿Cuánto es por todo?
- Siete pesos.
- ¡Siete pesos! ¿Por parchar una llanta? (y ajustar los frenos, y aumentar aire a otra llanta).
- Bueno, que sean cinco. Usted ya es mi casera.
- (Ñeeee...)

domingo, noviembre 04, 2007

Quedate conmigo

Yo sabía el secreto de la suerte sin blanca. ‘Bazar’ le decían y colgaban la ropa usada pegada con alfileres a una tela la colgaban de la pared. Pantalones remendados blusas rojas chompas de invierno alfilereados en lo alto. Un número para cada uno. Yo sabía ese secreto. Mamá llamando a sus amigas recolectando la ropa. Una vez fueron las blusitas de una niña que había muerto. Ya eran varios años de aquello y había seguido guardada la ropa (¿qué tienen las cosas de uno?). Varios años hasta que se pudieran abrir esos cajones vaciar esos cajones entregarle a madre lo que había estado en esos cajones. Ropa de niña muerta colgada de los alfileres. Debajo de aquella tela chupetines chicles galletas (qué poco guarda uno en los recuerdos), la olla de chocolate caliente a un costado. Un peso el ticket. Yo quería el chocolate. No quería la ropa. Yo quería el chicle. No quería la ropa. A Male le sale una blusa, que devuelve pronto a la tela. La ropa es para los zafreros. Eso no lo sabía, pero así había sido que los zafreros llegaban una vez al año y se organizaba el bazar. Madre y las esposas de los empleados permanentes. Las esposas de los vaqueros de los ordeñadores de los tractoristas de los mecánicos.

Lleno el campamento, papá con botas a caballo mirando desde arriba el brillo de los machetes el brillo de las espaldas la mano en su cintura el caballo más lindo papá en los cañaverales. Un peso el ticket, en noche de día de pago se acomodaba el bazar. Un peso el ticket compraban los zafreros pagando con su plata nueva yo no hablaba con ellos llegaban y después se iban. Esa noche el bazar lleno porque querían llevarse la ropa la ilusión de que le toque una ropa (usada la niña está muerta). Plata para la navidad de los empleados de mis padres la mía. El dinero de los numeritos del bazar (yo escribía los numeritos cientos de numeritos eran lindos mis números) para comprar regalos para los hijos (jugaba con esos niños compartíamos las mosquitas en la cara con esos niños no con los zafreros) de los empleados que no se iban nunca. Antes de navidad, una tarde bajo un árbol con esos niños con esas mujeres (Elena siempre limpia digna elena morena) chocolate caliente juguetes. Después, en nochebuena en mi casa en la sala con el arbolito de luces la navidad de verdad con regalos de verdad con juguetes más lindos.

Yo sabía ese secreto sabía que algo no encajaba en todo eso lindo. También sabía de la lascivia cuando alguien me tocaba yo era niña pero angustiaba el peligro del otro. Sabía de los ojos hielo de capataz a caballo sobre mí cuando me olvidaba los periódicos. Sabía que unos usteaban y otros eran ‘vos’. Los ‘vos’ siempre se sacan el sombrero rodeando el sombrero con la punta de los dedos gacha la cabeza ‘usted’ en la boca.

Pero nunca lo dije nunca me lo dijeron. No me enseñaron las palabras para decir eso que no encajaba en lo lindo de la leche recién ordeñada las manos callosas de la obediencia de un hombre grande que obedece.

Esmerándome con los numeritos sin las palabras de decir los numeritos se me fueron entrando. Penetran las cosas se entran en el cuerpo las cosas por qué nos cambian.

Escribiendo los numeritos contando en orden el orden aprendí el orden sin las palabras de preguntar de decir no. No dije no. No digas no puedes decir no.

No puse en las palabras el secreto de la suerte sin blanca fue muriendo en silencio. Lo que no se dice se muere ¿muere? El orden de las cosas en mi cabeza y dejé de sentir la lascivia la mirada de hielo el miedo si olvidé los periódicos la navidad de verdad los zafreros invisibles.

Muerto el secreto hasta que me haces recuerdo (no nos veamos no nos veamos yotequero). Si lo que no se dice se muere entonces yo por eso voy a decir. Quedate conmigo para poder decir.

viernes, noviembre 02, 2007

Sin niños

Apenas cierro la puerta tras los niños que ya se han ido, mi casa se vuelve una casa cansada. Los calcetines sucios en el pasillo, que hace poco me encrespaban, son ahora una seña triste. Las ventanas abiertas permanecen mudas. Las angostas camas destendidas parecen un vacío amenazante. Las ropas, olorosas de sus cuerpos, se tienden inmóviles y vacías.

Los niños no están, puedo hacer tantas cosas.

Pero ellos no están, y yo estoy sola.