sábado, febrero 23, 2008

Entre dos

Bajo la cúpula, sin embargo, ellos parecían ángeles. Acercárseles era percibir la luz que entre ellos se hacía. Hombre y mujer, dos. Nosotros éramos el resto. Había entre ellos, de ellos, un adentro suyo-de-dos que yo envidié.

jueves, febrero 21, 2008

Lo que uno tiene

La soledad es posesión. Hay algo que uno tiene sólo estando sola.

Lo que traen los otros es el afuera, los afuera de cada uno. Estar sola es traer el adentro.

Saber no saber

Y los que nos vigilan el horario, los que nos pagan, los que nos piden hacer cosas ¿sabrán en la carne que les estamos dando demasiado, que lo que les estamos dando es más de lo que nosotros mismos sabemos?
Y cuando la ira se desborde, de qué lado estaremos. Nosotros. Ellos.

Pesar

Despierto junto al hijo, que ya es más grande que yo. Anoche sentado en el piso, apoyado en la cama, quieto en lo oscuro mirando la luna ensombrecida. Sentí pesar al verlo allí (¿qué habré recordado que sentí la necesidad de que se levante, que diga, que se mueva?). Por la tarde, en medio de la fiebre, el hijo, al saberme cerca, estiró largo el brazo y me atrajo para abrazarme.

sábado, febrero 16, 2008

Volver a estar

Lleva un nombre con eco, el pueblo de mi padre. Moro Moro se dice, convocando los cerros. Soltábamos el agua arriba y bajábamos corriendo, y llegábamos antes que el agua, dice, los labios cerrados él sonríe. Leche con mote en la madrugada, junto a la panza caliente de las vacas. Siendo niña, agarraba él la teta y ordeñaba a mi boca, yo debajo del sol que muge. Después la espuma en mi cara. Este año bailamos en un camino de tierra y en la orquesta era un niño el que tocaba el charango. Desde el ruedo veíamos los cerros quietos. Charo con flores en su sombrero. Amarillas, azules, blancas. ¿Puedo vivir en Moro Moro? Natalia. Mi papá le había dicho que sí. Caminar entre los maizales, triturar el maíz, oler su dulce. Después liarlo entre sus chalas. Humintas. Mi tía Lola hornea chamas, y Natalia quiere quedarse. Adivina las vacas, la leche, mira el parral. La plaza. Y el silencio en la noche. Yo tal vez ya no, pero ella sí, yo sé que ella podría soltar el agua, bajar liviana entre las piedras, pisando el pasto, cuidando la curva, rodeando el árbol, afirmando y soltando, ella suda, y llegar antes abajo para estar ahí cuando toque recibirla.

igual

es el río pues
como decir es de agua
un agua que camina
no de pie porque dejaría
de ser

no cae el río hacia abajo
sino que pasa
siendo murmullo
torrente
o un rebalse (y entonces vocifera)
nos asustamos

nosotros tenemos pies y comemos
dormimos
detenidos
en el vientre de algún árbol

pero el río, madre
nos dice un poema
como quien dice pez
o piedra
o lluvia
mientras pasa

y nosotros, los de los pies
decimos que se va (hacemos el gesto)

no se va el río
porque siempre está yendo
porque siendo río
jamás se detuvo

ser río es eso
ser poeta igual

domingo, febrero 03, 2008

El Vallegrande que nos debemos

Ya comí chamas y galletas, duraznos de partir y de los blancos, quesillo hecho en casa. Ya fui al mercado y me comí una tuna. Tomé leche de vaca. Ya bailé anoche en la plaza música de banda, con mi madre las dos solas entre desconocidos, y una chilchina que nos salpicaba la ropa, la cara, el cabello. Mientras escucho la ovejerita allá afuera, te escribo que ya llegó también hasta mí la orquesta: 'pobre recuerdo muerto...'. Ya olí la tierra y Natalia por la calle, mirando deslumbrada hacia atrás '¡mirá mamá!', la calle retorcida, las casas de tejas viejas y detrás de todo eso, asomando como un gigante, un cerro verde en triángulo casi perfecto. Y vos en todo, y todo eso en vos.

A Vallegrande

Desde la ventana rectangular de las movilidades, avanzar mirando las montañas reverdecidas, los cerros desmoronados, los ríos cargados de lluvia que vamos pasando. Un paredón inmenso y los autos diminutos por su vera. Pero de cerca, cuando nosotros pasamos, la inmensidad no la vemos y el camino libre o casi libre de obstáculos se nos va abriendo. Somos uno, dos, en la fila interminable de autos. Entonces, al doblar aquella curva, nos topamos con ellos: dos bueyes en lucha. Enfrentados en medio del camino, las frentes una contra la otra empujando, ambos bueyes espolean el suelo con sus piernas, pujando para no desequilibrarse ante el arranque del otro. La hilera motorista queda así de repente detenida, y como los que vienen detrás sólo pueden ver el vacío entre un auto y el otro, y no el camino mismo, protestan urgidos contra ese detenerse. Mientras tanto, las bestias porfían de un extremo a otro del pasaje. Ya se separan por instantes y vuelven a arremeter unos contra otros los cuernos, una contra otra las cabezas, y el oscuro empuja más fuerte, y el colorado es obligado hacia el borde del precipicio. Insiste ofendido el autito de atrás. Abel se aparta y el impertinente nos sobrepasa para toparse unos metros más adelante con el duelo. Prueba a pasar por un lado, convencido de su invulnerabilidad, pero ya llega el brío bufando a ese lado del camino, ya se empujan las bestias una a la otra contra el costado del cerro, ya vuelven sudorosos al medio, empeñados de rabia, ciegos a los motores y los carnavales. Se hace el silencio, y bajo el inmenso cielo, desde las detenidas carcazas de lata vislumbramos entonces la fuerza contenida de las montañas, la ferocidad de los ríos, la furia enfrentada que nos cerca y nos contiene, a nosotros, que atravesamos ignorantes sus vetas.

viernes, febrero 01, 2008

Estoy aquí, en este momento, con esta carga. O descargada, también. Hay un camino, un detrás, un ‘dejado’, ‘terminado’. Hay fotos viejas. Algunas, no quiero volver a ver. Otras, a las que quisiera volver. Para pedir perdón, sobre todo. Y abrazar más fuerte. Más seguido. Y más fuerte. Fotos de mí, como si no fuera yo. En todo esto, él dice que estoy contenta conmigo, que soy feliz. Que no sueño. Él dice. Yo no sé qué decir.

del desgano

empieza el año empiezo un trabajo empiezo dos empiezo tres
¿cuándo es el momento para poner en orden las cosas?
ahora no, que estoy con tiempo completo
tiempo completo de qué (de quién)
para quién el tiempo
para qué

en casa comemos los alimentos del desgano
las verduras mustias de unas manos que tienen el corazón lejos
lejos
una parte en San Carlos (mis niñas con fiebre, dice y me mira)
otra no sabe dónde (ni su madre sabe nada de él, y calla)

los platos contra el lavaplatos
la escoba contra las telarañas (y las telarañas vuelven a crecer y las vuelve a limpiar y las arañas siguen y ella se rinde)
la ropa se ensucia y se lava
ensuciamos la ropa y ella lava
el agua sucia
en mi casa el agua sucia
los gestos aprendidos los niños y la tele
dormir y despertarse
eso comemos
lavar y ensuciarse
así vivimos

(como si viviéramos)