miércoles, mayo 28, 2008

Zozobra

Fijó la vista en ellos y los vio como eran, hombres y mujeres. Ella no sabía como deshacerse de la angustia. Lo que no se sabe. Después empezó a llover y se metieron todos dentro, porque las gotas sobre la calamina apagaban las voces. Las voces apagadas. Siguieron hablando adentro y a ella la llamó la niña para quejarse de sus hermanos. Que habían invadido su cuarto, que le gritaban, que se salgan. Invadieron a gritos. Colgó y pensó que ya era tiempo de volver a casa. Dijo algo, intentó vencer la angustia hablando. La angustia vence. Paró de llover y después la recogió un taxi. Cruzando calles oscuras la llevó hasta su casa. Mientras ella despegaba el candado, el perro batía la cola y mordisqueaba su mano. Los perros en su casa. Los niños, se mantuvo cerca de los niños, se recostó en una de sus camas, olió sus cuellos sudados hasta sentirse segura. El cuello ofrecido.

Llegar

Llegar a la cama tumbarse en la cama detener los brazos las piernas: dormir. Hamacarse hundirse marearse hasta el sueño. Caminar hacia el borde, lanzarse hundirse: zambullir. Mojarse tornar lenta mirar burbujas vaciarse del aire. Abandonar ausentarse dejarse ir. Desaparecer perderse no decir. No lluvia no cabello no sol. Cerrar los ojos y no existir.

domingo, mayo 18, 2008

IV. y final

Ya no les digo a mis pies ‘pies cansados’, ya no le digo a cuerpo ‘cuerpo niño, yo estoy contigo’. No necesito estas cosas. Sólo él toma mis pies en sus manos, que son calientes, amoroso repasa el arco, el empeine, los dedos. Revisa, individualiza las uñas. Una tijera y las corta en redondo. En sus labios los besa. Y así, también con cuerpo.

Dueño de sí, me acompaña. A veces se enoja y otras veces me pide perdón. Suda y huele a él. Como va desnudo, le hieren las libélulas y la luna. Los cerros. Le hiero sobre todo yo, que soy la mujer que lo ama. La que estuvo sola de todas las formas, hasta él.

martes, mayo 06, 2008

Los ausentes

A pesar de que nos encaprichemos en poner cara de fiesta, a pesar de que escenifiquemos a la perfección la felicidad, ¿por qué sucede el atrayente desconsuelo de los platos no tocados por los invitados que nunca llegaron a nuestra casa? ¿por qué nos duelen los postres que sobran?

Tanto más si es una cita hecha con tanta anticipación, repetida tantas veces, poniendo en juego todo nuestro poder de seducción ¿podemos acaso negar la desolación que provocan los lugares vacíos?

Igual en la Corte Departamental Electoral, cuando los empleados van recibiendo las ánforas, verificando las actas de escrutinio de cada mesa, cómo se irá agrandando aquél silencio de los espacios en blanco, la ausencia de las firmas jamás escritas, las papeletas impresas, devueltas sin utilizar.

Fuimos muchos, a cada hora vamos siendo más los ausentes. ¿Qué fiesta es ésa, donde se fuerza el festejo aun cuando casi la mitad de los invitados haya elegido no ir? Pareciera que los dueños de casa fingen satisfacción, porque admitir ausencias sería admitir el fracaso. Pareciera también que los dueños de casa están de todas formas acostumbrados a festejar entre pocos. Pareciera que desde siempre serían pocos los destinados a festejar en esa casa, con esa gente. Pareciera costumbre callar lo difícil.

Y sin embargo, los ausentes contamos. Tanto más decidor nuestro silencio mientras más grande nuestra ausencia. Del otro lado, del lado de la negación, tanto más grande el embuste mientras más grande su fiesta.

Hasta donde va el conteo, casi la mitad de los convocados no atendimos. Y si la fiesta se trataba de que si uno estaba, ya era partidario del anfitrión, es necesario aceptar que los que no fuimos no lo somos.

De nada sirve taparse los oídos. De nada sirve taparle los oídos a la gente. El ausentismo es inequívoco, como el silencio. Podrá reventar la banda, pero esta nuestra intencional ausencia no se tapa con bulla.

Igual nosotros no estamos, y estamos felices de no estar.