miércoles, octubre 29, 2008

El guapurú

Es peligroso Francisco con los bolsillos llenos de guapurú, la cara sucia de sudor y tierra, las rodillas rasmilladas, la ropa mugre. Es peligroso Francisco metiendo la mano al bolsillo, sacando bolitas negras que pone en mi mano. Es peligrosa mi mano y los dedos que llevan ese guapurú a mis labios primero, los dientes que rompen la cáscara, los labios chupando, la lengua recibiendo aquellas pepas blancas, vestidas de fruta. Cuántas veces, cuántas veces. Podrían mis brazos y mis piernas decir, si pudieran, la suavidad de ese tronco, sus cáscaras delgadas de corteza, y cada tanto sus ombligos hacia afuera que raspan un poco, pero que después se hinchan, se hacen verdes, se van pintando y se ofrecen negros, brillosos, completos. Los árboles de guapurú estaban para treparlos y sus troncos ofrecidos estaban para pellizcarles el fruto, dónde existe un árbol más generoso, justo ahí, al lado del corral de ordeño, apenas cruzando el alambre, cuántas veces, cuántas veces, ahí donde ahora sufre la tierra apisonada de micros, de paredes, de bardas, sin que le brote una sola brizna verde. Es peligroso Francisco este fruto, tan pequeño y dulce, de un tiempo que ya no está, que no me dijeron que terminaría, que era el paraíso, pero yo no sabía.

sábado, octubre 18, 2008

La belleza

Las manos le lavaron el rostro y las palabras le despertaron el alma dormida. Advierte que las cosas han cambiado de repente. Que ella misma es otra persona.

(…)

La frescura del agua en las mejillas, que ahora le están produciendo sensaciones desconocidas. ¡Sí se siente la belleza! Estas sensaciones nuevas y tiernas no pueden tener otra causa. Así debe de sentir el árbol, en la corteza endurecida y rugosa, la ternura de los retoños que de pronto le reventaron. Así debe de estremecerse la sabana, cuando un día, después de las quemas de marzo, siente que ha amanecido toda verde.

(…)

Ya está cantando el carrao que anuncia la proximidad del día:

-¡Arriba, Marisela! Está fresca el agua del pozo. La enfriaron las estrellas que estuvieron pasando toda la noche sobre el brocal. Todavía quedan algunas en el fondo. Anda. Sácalas con el cántaro y derrámatelas encima. Te dejarán toda limpia, como siempre están ellas.

A un mismo tiempo estaba saliendo el sol y poniéndose la luna, y el palmar se estremecía como un bosque sagrado en el silencio del alba.

El cántaro del pozo baja y sube sin descanso, y el agua subterránea que no conocía la luz corre encandilada por el núbil cuerpo desnudo.

De Doña Bárbara, Rómulo Gallegos

viernes, octubre 17, 2008

17 de octubre

Otra vez 17, otra vez viernes, cinco años después. Otra vez marchan. Otra vez miedo en el parlamento. Miedo de los que marchan.
¿Qué decir hoy? Se cuela una cancioncita que sólo Vilma sabe cantar...


Vienen

Con sus anchas polleras
se abren paso
entre las flores amarillas
de los cardosantos del valle

Le sonríen al sol

Tienen los pechos desnudos
y pegadas a ellos
las bocas de los hijos
que entre sus trenzas
se mecen

y las multiplican


Vilma Tapia

lunes, octubre 13, 2008

Pequesaurios

Hace mucho tiempo, en la era de los dinosaurios, nacieron los primeros humanos, tan chicos como tu mano. Pero eran humanos.

Usaban lanzas para cazar. Cazaban en grupos de más de cien individuos, ya que cazaban enormes dinosaurios, por esta razón vivían en grupos, y desde chicos debían saber trabajar en equipo. De hecho en los colegios había una materia llamada “Trabajemos en equipo”.

Sólo había un problema: desde chicos nacían muy egoístas, pero luego se lo enseñaban.

Un día, dos chicos de diez años van a una cueva. Pequesingo y Pequesongo corren de un enorme dinosaurio, a toda velocidad. Y corren hasta que llegan a un nido, y la madre de ese nido pelea contra el dinosaurio gigante. Llegan a irse, aprovechándose de eso, y llegaron a otra colonia de Peque, y allí vivieron un tiempo, porque allí estaba su madre y se hicieron grandes amigos y profesores.

Y desde ese día todos los peques aprendieron la importancia del trabajo en equipo.


FIN
Francisco Jordán Peña (10)