viernes, febrero 06, 2009

Abrir y dejar

Ay, si hubiera podido frenar el impulso, detener sus propios pies, decir que no y paralizar el cuerpo. Si se hubiera retrasado dándole vueltas a la ocurrencia, postergándola para más tarde, distrayéndose con las piedras.

Pero no había sucedido nada de eso. Nada, ni el viento, ni una mano oportuna, ni ella misma y su miedo, la contuvieron.

Al instante estaba allí, cayendo, atravesada por el viento. El abismo bajo ella, enorme y negro, arremolinándose húmedo, esperándola el ojo ciego.

Ay, abrió los brazos y dejó de mirar.

jueves, febrero 05, 2009

En vano

“Todo es en vano” le repetía en voz baja intentando convencerla, mientras ella, desesperada, no dejaba de examinar el viejo mapa. “Todo es en vano” por enésima vez, iniciando el silencio, que fue extendiéndose y creciendo como una noche.

En sus ojos, la sombra del desaliento. Y entonces los dos se quedaron quietos.

lunes, febrero 02, 2009

La Creación

Primero que los niños encontraron aquella maquinita de moler granos sobre la mesa vieja arrinconada en el pasillo entre los patios.

Segundo que Lola entró al cuarto de los trastes y salió con la discreta sonrisa de siempre y una cacerola llena de maíz blanco seco.

Tercero que los niños montaron turnos alrededor de la maquinita y fueron echando los granos a la serpentina trituradora, accionando la manivela y cuidando la fuente que recogía la harina.

Cuarto que por la tarde Natalia y Lucía cerniendo las harinas, una más oscura que salió de algún lado, y la otra más clara, la que habían conquistado ellos mismos.

Quinto que me perdí un buen rato y cuando volví ya estaban las masas, tres gordas hinchándose dichosas en la cocina.

Sexto mi tía Lola y yo y sus manos haciendo las bolas, aplastando lo que después serían las roscas. Es pesada la harina, duelen los brazos bien pronto. Las fuentes que salen al horno, las diferentes formas de amasar, los colores mezclándose para las chamas, Charo sentada frente a la caja caliente, el olor de lo cociéndose por toda la casa, en las narices de los gatos, entre los racimos verdes de la parra, por entre la caña hueca del techo y los helechos que trajo Nata del río.

Séptimo, como el dios que hizo al mundo, sentados todos agasajándonos. Un círculo y nada más, conteniendo en el maíz y en el trigo la tierra y el sol, la máquina y los niños, las manos de Lola como levadura, todo eso y tanto más, hasta vos que estabas lejos, en el pan más rico del mundo.