lunes, septiembre 09, 2013

domingo

La mayor parte del domingo lo había pasado sola, porque los hijos se fueron a media mañana. Levantarse recién por la tarde, lavarse, vestirse, almorzar. Y al volver a su casa, junto a su cama, primero en la torre de libros, aquél. Ya había leído dos veces las primeras páginas y lo había dejado. Pero esta vez era diferente, era un domingo y estaba sola. Entonces la cama, acomodar la almohada como cuando estaba en casa, tirarse a leer. 
Fue como entrar en la vida íntima de unos cuantos. Como leer la vida de unos cuantos. Triste y repetitiva, enclaustrada, sin esperanza. La rutina. Su rutina, su desesperanza.
Pero hubo algo más, algo nuevo. Una manera nueva de decir, más allá de lo íntimo. 
Al final de la tarde cuando llegaron los hijos, también para ella (una vez más) las palabras habían sido una bocanada de aire limpio en el momento justo. Aún sabiendo que todo seguiría dando vueltas hasta la muerte.