viernes, diciembre 08, 2006

Para poder mirar

Negros nubarrones sobre las cabezas. El cielo también está cargado y parece querer parir urgencias, multitudes y arrebatos, desparramarse por nuestras plazas, por nuestras calles, contra nuestras ventanas. Ocupados en los asuntos de los hombres, nos olvidamos mirar hacia arriba. Mirar hacia lejos. Mirar. Sobre nosotros, gestándose algo que nos mojará a todos.

Encapsulada en el auto del pescadito, me siento a salvo. Pero no. Saber nadar no basta. Cerrar las ventanas tampoco.

Avanzo en la avenida y paso los árboles aprimorados de amarillo. El chilchi seduce a las flores, que se dejan caer, que se dejan mecer livianas en el aire húmedo. Llueven retazos de oro sobre el pescadito y yo.

Mínimos, tardo en verlos. Cuando lo hago, levanto la cabeza. El cielo y las pequeñas flores. Pedacitos de amarillo flotando desde el gris amenazante. ‘Calla’ me pide cuerpo mientras mira.

Poco antes de la tormenta, garúa de oro sobre mí. Callo. Toda yo en silencio, florcitas resbalando a través.

Poco antes de la tormenta, quizá el silencio. El silencio éste que podría ser el último. Quizá sólo eso, para conjurar el arrebato. Para exorcizar la corriente desbocada (por nuestras plazas, por nuestras calles, contra nuestras ventanas).

Quizá el silencio, para poder mirar.
Palabras no dichas: humildad.

1 Comments:

Blogger un ciclista said...

Esperar la tormenta, preverla, porque tuvimos noticias: antes vimos llover; porque nos sabemos parte de la carga que, ahora desbordada, caerá sobre nosotros = tuvimos parte en su gestación. Situación parecida pero diferente, sabiendo que la tormenta se viene, ver de nuevo con ojos nuevos qué parte del agua fuerte que caerá soy yo, eres tú, y qué parte podremos, deberemos, querremos tener en la labor de soportar la tormenta y, después, escampando, en la labor de orear las cosas mojadas, limpiar los escombros, reacomodar las cosas, las gentes sobrevivientes.

2:20 p.m.  

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