viernes, junio 01, 2007

Consuelo

Los mismos hombros gruesos que yo ya conocía. La piel firme y vasta, que ya he abrazado. Sus manos calientes en mi espalda, tal como las recordaba. Hacía tanto no lloraba en su regazo.

Estaba sentada en frente, sabía que me miraba e intenté contenerme, pero no pude. Lloré. Y me dijo ‘a ver, qué pasa, venga acá, venga conmigo’. Su cuerpo, su abrazo. Enumerar mis penas, mis miedos; no todos, solamente los inmediatos, que a veces suelen ser los más arrasadores. ‘Hay días así, en que todo sale mal’ me dijo, y mi nariz en su cuello, qué placentero es llorar en este cuello. ‘A ver, pongamos en orden las cosas, qué es lo primero’. Y me ayudó, fue conmigo a mi lado, por la calle, y fuimos conversando, mis ojos todavía rojos, y habló por mí.

Estos caminos míos, no los ha recorrido. No conoce las ausencias que me habitan. Pero sigue teniendo el mismo olor, mi madre. Y cuando mi madre me consuela, hay algo en su voz que hace más fácil desatar los nudos. Desatar los nudos, para desplegar otra vez las velas.

1 Comments:

Blogger Pablo E. Osorio A. said...

Yo siempre he dicho que las madres desatan los chenkos más jodidos.

9:52 p.m.  

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