El tiempo
¿Y qué era entonces el tiempo?
Porque cuando ella se interesaba intensamente en algo (un libro, un comentario que estuviera escribiendo) parecía transcurrir casi arrastrándose, como un caracol herido. Pero cuando estaba con él, cuando yacía con él y conversaban, parecía el tiempo inexorable y arrasador. Casi inmisericorde. En cambio cuando por la calle iba despierta y miraba a las gentes que a su lado transcurrían, podía ver en sus caras nítidamente los días, sobre todo los días de luto, los días de odio, los días de espera que esos cuerpos guardaban dentro suyo.
Porque también pensaba que el tiempo no pasaba, sino que era como un río encerrado que fluye incansable y no deja de llegar, amontonándose, apretándose contra sí mismo y presionando, presionando humilde pero inextinguible aquéllo que pretende contenerlo, hasta que llegaba un día en que el río se llevaba todo por delante y explotaba y se desbocaba.
La explosión era la muerte. El fluir del río eran los años y de los años sus días. Y lo que terminaba vencido y destrozado era el cuerpo, todos los cuerpos.
El suyo propio inclusive, cuando le llegara la hora.
Porque cuando ella se interesaba intensamente en algo (un libro, un comentario que estuviera escribiendo) parecía transcurrir casi arrastrándose, como un caracol herido. Pero cuando estaba con él, cuando yacía con él y conversaban, parecía el tiempo inexorable y arrasador. Casi inmisericorde. En cambio cuando por la calle iba despierta y miraba a las gentes que a su lado transcurrían, podía ver en sus caras nítidamente los días, sobre todo los días de luto, los días de odio, los días de espera que esos cuerpos guardaban dentro suyo.
Porque también pensaba que el tiempo no pasaba, sino que era como un río encerrado que fluye incansable y no deja de llegar, amontonándose, apretándose contra sí mismo y presionando, presionando humilde pero inextinguible aquéllo que pretende contenerlo, hasta que llegaba un día en que el río se llevaba todo por delante y explotaba y se desbocaba.
La explosión era la muerte. El fluir del río eran los años y de los años sus días. Y lo que terminaba vencido y destrozado era el cuerpo, todos los cuerpos.
El suyo propio inclusive, cuando le llegara la hora.
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