martes, mayo 05, 2009

La llaga

Ese domingo que volvimos a casa, la bomba ya había comenzado a explotar. Nunca pensamos que sería tan pronto, tan cerca. Abismados, padre y yo caminamos todo el alrededor de la herida, asomándonos desde los bordes a su fondo. Los planificadores habían puesto una malla más grande que nosotros rodeando el daño.

Como cuando algo sorprendente y repentino te sucede, también esto lo viviríamos lentamente, sintiendo cada quebrarse cada silencio bajo el sol despiadado o en la noche silente.

Un gran monstruo había sido concebido en el mismo frente de nuestra casa, a unos metros de mi ventana. Ese domingo al volver a casa, cuando descubrimos la llaga, también algo fue arrasado de nosotros.

Madre hizo un té para despedirse de doña Maruja y de la Carlota, porque según dijo ya no cruzarían la calle para prestarse una tacita de azúcar, una cucharadita de aceite nomás, por favor vecina. Padre en cambio no pudo despedirse del paraíso: ya lo habían cortado, tumbado, arrancado y retirado el domingo que llegamos. Nuestra acera yacía interrumpida y rota, inútil bajo los montones de tierra que la explosión había acumulado.

Días, semanas, meses, y aquello comenzó a rezumar otras cosas. Vigas de madera, tractores, pilastras, columnas de hierro como esqueletos vivientes que crecen y se reproducen amenazantes, y después los cubren los tapan y una piensa que ya no están.

Pero la detonación seguía. Luego los obreros con sus ojos tristes y su platito de almuerzo esperando el sábado la paga por alimentar al gigante. Desde mi ventana podía ver el lento morirse de lo que antes había estado vivo y cambiante.

Cuando hasta las últimas esquirlas fueron acomodadas, quitaron las mallas, se llevaron a los obreros, recogieron las vigas, los clavos, las máquinas.

Ya podían pasar arrolladores veloces los autos remontando aquella mole de cemento o hundiéndose en el hueco estéril de su panza. Padre parchó un remedo de acera junto a los fierros que plantaron al borde de la herida, y los hijos de la Carlota crecieron del otro lado lejanos y desconocidos.

Junto a mi ventana, una boca negra había sido abierta, y su blasfemia rugía todo el tiempo en el patio en mi habitación en el centro mismo de mi cama para siempre.

1 Comments:

Blogger Asesino De Leyendas said...

Me recuerda a un papelito que una vez un hippie me vendió por 25 ctvs. en La Paz por el Prado... me hizo pensar un buen tiempo...

Buen texto...

Saludos

1:42 p.m.  

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