sábado, mayo 27, 2006

animal sediento

Una vez ocurrida nuestra muerte, si aquellas personas por las cuales nos hemos dejado amar se confiaran entre ellas la versión íntima que de nosotros atesoran, al finalizar la tarde descubrirían que el rompecabezas construido es un retrato deforme y monstruoso de nosotros mismos. Retrocederían entre asqueadas y furiosas al ver aquello.

Pensarían que han fallado porque a lo largo de la vida les hemos cedido una parcialidad más o menos bella de nuestro adentro. En eso habremos sido sinceros. Ellas, por su parte, habrán sido leales albaceas.

Pero también sucede que en el centro de todo yace un animal angustiado que no logramos mostrar.

Sólo se desnuda con la muerte, y entonces afloran, feroces, los rastros de saliva por nuestros días. Necesitaríamos una visión correcta de la muerte para encontrar ese otro sentido de belleza en las piezas desiguales de la vida.

Sólo entonces, quizás, acercarnos con el sigilo sediento del animal: mirar.

Mirar desde la certeza palpable y amenazante y apenas húmeda de nuestra monstruosidad.

5 Comments:

Blogger Gary Daher said...

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3:53 p.m.  
Blogger Gary Daher said...

Terrible visión, Claudia. Aunque también está ese ser delicado, vulnerable e innombrable, que mora, escondido y arrinconado, en la enorme geografía que es el yo, llena de jardines y mares, pero también de muladares, ácidos y desechos. Acaso la muerte arrase con toda esa orografía, y apenas deje, si se da la situación que planteas, un oscuro animal, verdadero, cierto, pero solamente uno más de la fauna de monstruos y seres celestiales que nos habitan, y que se irán irremediablemente, sin que los conozcamos.

3:57 p.m.  
Blogger Oruro Nogales said...

El carecer de la visión correcta de la muerte parece ser el quid de la cosa. Una vez escuché que Jaime Saenz, en uno de sus poemas, dijo que hay que esconderse de la muerte para entender la forma de ser de la muerte. Entonces vos te preguntás ¿Cómo esconderse de la muerte? ¿Qué máscara usar? En el último carnaval me disfracé de espadachín, usando la vestimenta de los tres mosqueteros; y no creo haberme escondido ni siquiera de Gervasio, el hijo de la faxineira de nuestra casa en Diadema, tan inocente el pobre. Me parece que volveré a ocultamre en la alacena a tomar culipi, aquella vez nadie me encontró, ni siquiera tía Celilia que se las sabía todas, y amanecí borracho.

3:24 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

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3:47 p.m.  
Blogger MadelCarmen Vargas said...

Desperté hoy de nuevo, como cada cierto tiempo... y me dí cuenta que ya no hay un solo ser humano con quien yo sea plenamente sincera, sin temores...
Desgraciadamente, dejé que alguien mate esa cualidad de ser transparente, lo hice por protección, es verdad... lo hice por lo que sea, pero ya no existe 'ese yo'.
Ya no hay más almas desnudas...
ya no hay más miradas ingenuas, ni confesiones frecuentes, constantes. Ya casi no existo...
¿Y creen que el tipo se enteró?

No valió la pena cambiar, pero, hoy que desperté de nuevo, me dí cuenta que no hay vuelta atrás...

12:18 a.m.  

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