Esther ilumina
El debate en http://ciclistasdelvalle.blogspot.com/2007/01/son-jailas-no-son-cambas.html se ha puesto interesante y sincero. Para enriquecerlo desde este espacio, les comparto parte de un texto de Esther Balboa, intelectual quechua del Valle Alto, doctora en pedagogía, que desde una posición lúcida y amorosa nos invita a enriquecer nuestro pensamiento y nuestras acciones.
DIÁLOGO INTERCULTURAL ¿CONFRONTACIÓN O UNIDAD?
Esther Balboa B.
(...)
Cuando la cosa no pasaba de declaraciones líricas y tiroteos orales, uno podía creer que todo se debía a que no sabíamos discutir. Pero los enfrentamientos entre cambas y collas, entre indígenas y citadinos, las víctimas humanas de los avasallamientos de tierras, las marchas, hacen que nos preguntemos ¿será posible que todo lo mencionado y otras cosas que ocurren en nuestro país sean un efecto inevitable del desarrollo democrático? ¿o quizás una vez más en nuestra historia, tratamos de inventar la ‘democracia de fuerza’?
Sobre el fondo de la creciente discordia suenan insistentemente los llamamientos a la ‘unidad del país’, pero ¿sobre qué bases es posible tal unificación? ¿Sobre una declaración ya contrahecha como la ‘unidad en la diversidad’? Si cada bando se cree que es el libertador, mientras que los que piensan de otro modo son calificados de reaccionarios, incluso de fascistas.
¿No será que precisamente nuestra diversidad nos puede unir? Dado que más de la mitad de la población boliviana vive por debajo del nivel de pobreza, tendríamos que tener un objetivo común: una vida mejor. Sin embargo, distintas personas ven distintos instrumentos para alcanzar tal vida mejor. Precisamente aquí podría surgir un diálogo sobre las óptimas condiciones de avance.
Pero el problema está en que un diálogo es eficaz sólo cuando las partes lo mantienen como iguales: esto es el diálogo intercultural. Un diálogo verdadero presupone que los más débiles puedan demostrar su fuerza. Muchas acciones de hecho son precisamente una forma de tal demostración, pero tales conflictos no sucederían si todos los grupos de personas tuvieran la posibilidad legal de expresarse, hasta el momento eso no es posible, ya que los órganos oficiales manifiestan representar a los intereses de la mayoría. Es por eso que cada pueblo indígena, cada asociación se ve obligada ora a luchar para que tales órganos los apoyen, ora a oponerse a esos órganos. Con frecuencia les falta tiempo para ocuparse de la redacción de proyectos constructivos. Si todo continúa así, la única forma de unificación que nos espera será una cohesión artificial frente a los ‘enemigos internos’ recién inventados (independientemente de su nuevo nombre).
Por teoría sabemos que la dialéctica es la lucha de contrarios, condición necesaria de la vitalidad de lo nuevo. Pero sólo es teoría. En la práctica estamos propensos a ver sólo lo bueno o lo malo.
En ello radica una de las causas de aquellos enfrentamientos bastante duros que hoy observamos en el campo, por ejemplo de las luchas por la autonomía. No cabe duda que la falta de calidad de vida de la gente, su inseguridad en el mañana, provocan una necesidad casi instintiva de solidarizarse con alguien fuerte y decidido, y junto con éste, y con garrotes en la mano, buscar a alguien a quien castigar. A ellos les parece que así traerán alivio para todos.
Hoy en el país crecen las organizaciones sociales de todo tipo. Ello se debe a que a ellas se les ha concedido derechos mucho más amplios que a un ciudadano concreto. Nunca, ni en dictadura ni en democracia, los cambios se han orientado ante todo al sujeto, al individuo. Siempre los beneficios han sido para grupos organizados, de tal suerte que si hoy no perteneces a los ‘formales’ o ‘informales’, a los ‘con techo’ o ‘sin techo’, a los ‘indígenas de’, a un ‘partido’, no sólo eres incapaz de defender tus derechos, sino también de emitir tu opinión independiente de los grupos u organizaciones. No te darán la palabra en la prensa (a menos que pagues) ni en las asambleas.
Por eso parece a primera vista que nuestra vida social se ha dividido en dos corrientes: de izquierda y derecha, dejando en una pequeña isla, entre sus olas tempestuosas, a los llamados centristas, que tratan de encontrar un lenguaje común ora con unos, ora con otros.
Pero en realidad, existe un mayor número de personas razonables que no llega a los extremos, que no busca en las discusiones su triunfo, sino una aproximación conjunta a las soluciones. Pero igual que antes, ellos están en la sombra. Por eso es importante generar opinión pública, diálogo intercultural.
Esto sólo será posible si se superan muchas cosas tendenciosas, tergiversaciones e incluso mentiras directas en la descripción y evaluación de aquello que efectivamente piensa y quiere la gente, o como se acostumbra a decir, el ‘pueblo organizado’.
Ofrecer a cada persona la posibilidad de participar en la discusión y solución de sus propios problemas, significará fortalecer la unidad no de palabra, sino de hecho.
(Extraído de la revista Lazos, nro.2. Fundación UNIR)
DIÁLOGO INTERCULTURAL ¿CONFRONTACIÓN O UNIDAD?
Esther Balboa B.
(...)
Cuando la cosa no pasaba de declaraciones líricas y tiroteos orales, uno podía creer que todo se debía a que no sabíamos discutir. Pero los enfrentamientos entre cambas y collas, entre indígenas y citadinos, las víctimas humanas de los avasallamientos de tierras, las marchas, hacen que nos preguntemos ¿será posible que todo lo mencionado y otras cosas que ocurren en nuestro país sean un efecto inevitable del desarrollo democrático? ¿o quizás una vez más en nuestra historia, tratamos de inventar la ‘democracia de fuerza’?
Sobre el fondo de la creciente discordia suenan insistentemente los llamamientos a la ‘unidad del país’, pero ¿sobre qué bases es posible tal unificación? ¿Sobre una declaración ya contrahecha como la ‘unidad en la diversidad’? Si cada bando se cree que es el libertador, mientras que los que piensan de otro modo son calificados de reaccionarios, incluso de fascistas.
¿No será que precisamente nuestra diversidad nos puede unir? Dado que más de la mitad de la población boliviana vive por debajo del nivel de pobreza, tendríamos que tener un objetivo común: una vida mejor. Sin embargo, distintas personas ven distintos instrumentos para alcanzar tal vida mejor. Precisamente aquí podría surgir un diálogo sobre las óptimas condiciones de avance.
Pero el problema está en que un diálogo es eficaz sólo cuando las partes lo mantienen como iguales: esto es el diálogo intercultural. Un diálogo verdadero presupone que los más débiles puedan demostrar su fuerza. Muchas acciones de hecho son precisamente una forma de tal demostración, pero tales conflictos no sucederían si todos los grupos de personas tuvieran la posibilidad legal de expresarse, hasta el momento eso no es posible, ya que los órganos oficiales manifiestan representar a los intereses de la mayoría. Es por eso que cada pueblo indígena, cada asociación se ve obligada ora a luchar para que tales órganos los apoyen, ora a oponerse a esos órganos. Con frecuencia les falta tiempo para ocuparse de la redacción de proyectos constructivos. Si todo continúa así, la única forma de unificación que nos espera será una cohesión artificial frente a los ‘enemigos internos’ recién inventados (independientemente de su nuevo nombre).
Por teoría sabemos que la dialéctica es la lucha de contrarios, condición necesaria de la vitalidad de lo nuevo. Pero sólo es teoría. En la práctica estamos propensos a ver sólo lo bueno o lo malo.
En ello radica una de las causas de aquellos enfrentamientos bastante duros que hoy observamos en el campo, por ejemplo de las luchas por la autonomía. No cabe duda que la falta de calidad de vida de la gente, su inseguridad en el mañana, provocan una necesidad casi instintiva de solidarizarse con alguien fuerte y decidido, y junto con éste, y con garrotes en la mano, buscar a alguien a quien castigar. A ellos les parece que así traerán alivio para todos.
Hoy en el país crecen las organizaciones sociales de todo tipo. Ello se debe a que a ellas se les ha concedido derechos mucho más amplios que a un ciudadano concreto. Nunca, ni en dictadura ni en democracia, los cambios se han orientado ante todo al sujeto, al individuo. Siempre los beneficios han sido para grupos organizados, de tal suerte que si hoy no perteneces a los ‘formales’ o ‘informales’, a los ‘con techo’ o ‘sin techo’, a los ‘indígenas de’, a un ‘partido’, no sólo eres incapaz de defender tus derechos, sino también de emitir tu opinión independiente de los grupos u organizaciones. No te darán la palabra en la prensa (a menos que pagues) ni en las asambleas.
Por eso parece a primera vista que nuestra vida social se ha dividido en dos corrientes: de izquierda y derecha, dejando en una pequeña isla, entre sus olas tempestuosas, a los llamados centristas, que tratan de encontrar un lenguaje común ora con unos, ora con otros.
Pero en realidad, existe un mayor número de personas razonables que no llega a los extremos, que no busca en las discusiones su triunfo, sino una aproximación conjunta a las soluciones. Pero igual que antes, ellos están en la sombra. Por eso es importante generar opinión pública, diálogo intercultural.
Esto sólo será posible si se superan muchas cosas tendenciosas, tergiversaciones e incluso mentiras directas en la descripción y evaluación de aquello que efectivamente piensa y quiere la gente, o como se acostumbra a decir, el ‘pueblo organizado’.
Ofrecer a cada persona la posibilidad de participar en la discusión y solución de sus propios problemas, significará fortalecer la unidad no de palabra, sino de hecho.
(Extraído de la revista Lazos, nro.2. Fundación UNIR)
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