sábado, junio 02, 2007

Como escudo sus palabras

El viejo lleva una gabardina que le llega más abajo de las rodillas. Comparte con su hijo, de traje y corbata, una incuestionable barriga y brazos cortos. Anuncian la salida del vuelo y empiezan a despedirse. Entonces el hijo (unos cuarenta años) se pone a llorar.

Un hombre gordo llorando en un lugar público.

Llora por el padre, pero no lo abraza. Estos dos hombres que se aman no se abrazan. Sólo se besan en la frente, farolitos de cristal.

Y el hijo, sobrepasado, acerca el cuerpo, acerca el rostro, impúdico, rogando ser recibido entre aquellos brazos. Pero el padre, parapetado en su gabardina, no pierde la compostura, y habla. Y habla. Y habla. No deja de decir cosas su boca, mientras el otro asiente y mira esa boca, y arrima el cuerpo deseoso de cercanía, pero el que habla se esconde como tras un escudo tras sus palabras.

Por último saca el viejo un pañuelo blanco, blanquísimo, y enjuga el llanto de los ojos del hijo que llora. El hijo hace lo mismo después, y así, remojando cada cual sudarios con las lágrimas del otro, tan querido, van gobernando la pena.

Luego la madre, las hermanas. El abrazo. No aquél deseado, sino un otro rutinario, cortés. Y se va, insaciado de mimos. Queda el viejo, guardado el pañuelo, invencido, y habla. Y habla. Y habla (solo).

2 Comments:

Blogger Paola R. Senseve T. said...

Y habla, y habla y habla...y un abrazo.
Siempre me haces pensar.

Un beso

12:23 p.m.  
Blogger jorge angel said...

con el cielo a tus espaldas... hermoso libro, sólo me faltó tu autógrafo en la primer página ;o)

besos

9:12 a.m.  

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