Nuestra culpa
Nuestra culpa no es de haber hecho, sino de habernos quedado quietos. Nuestra culpa está hecha de haber pensado que lo ajeno era nuestro, y de haber olvidado que lo de ellos en realidad nos pertenecía.
Un tiempo hubo en que supimos bañarnos en los ríos, y ese tiempo la palabra era nuestra. El agua en la noria, el croar intenso de los sapos por la noche, el pan recién horneado, un curucusí en la mano.
Y el cielo de estrellas. Y el sol sudado. El árbol de guapurú en el patio. Nosotros, y en la plaza Andrés sin zapatos (todos somos iguales).
Pero no éramos.
Entonces, un agosto despertaron más apurados los vientos (¿y la tierra?). Al año siguiente llegaron más, y desconocidos. Esa vez levantamos un rato la cabeza, para preguntarnos. Pero el viento no dice, y volvimos al silencio.
Así fueron creciendo las ráfagas, incrustándonos polvo y hojas muertas por entre el pelo. Ese tiempo ya eran otros los que hablaban, y nos decían que aquello suyo, que aquello abundante, oloroso a plástico y pintura fresca, era también nuestro. Aprendimos a desear lentejuelas (¿y el agua en la noria?)
Mudos en los desfiles, embotados en la fiesta (ellos bailan), quietos ante los chistes (brillan las luces y nosotros vamos), Oscarpoeta grita y no escuchamos. Crecen los números y les creemos. Crecen las calles y las llenamos. Crecen ellos, tan grandes (y nosotros quietos).
Muere el poeta (y nosotros quietos).
Después llegó el humo (¿y las estrellas?), primero unos días. Al año siguiente continuó llegando, espeso y huraño. Humo de bosque (¿de quién es el bosque?), humo de árbol (¿no estaban antes más cerca los árboles?), humo de cría de tigre (vacía de sapos, muere la noche).
Nosotros, nosotros de agua y chicha ¿dónde estábamos?
Ropa nueva, septiembre de flores (el sol vencido se tiñe de rojo), más fuerte la música, más luz aquí cerca nuestro (arde bosque, arde pasto, arde tierra), más risa, más hermoso, más baile.
Fue fácil olvidar el humo (soy un río de pie, pero el río mengua y se amordaza).
Hubo un tiempo, cuando había sol, en que fue nuestro el aire. Habíamos nosotros (pero nosotros también somos ellos). Ahora callamos. Ya no somos río. Como ceniza nos arrastra el viento, de humo (somos nadie).
Un tiempo hubo en que supimos bañarnos en los ríos, y ese tiempo la palabra era nuestra. El agua en la noria, el croar intenso de los sapos por la noche, el pan recién horneado, un curucusí en la mano.
Y el cielo de estrellas. Y el sol sudado. El árbol de guapurú en el patio. Nosotros, y en la plaza Andrés sin zapatos (todos somos iguales).
Pero no éramos.
Entonces, un agosto despertaron más apurados los vientos (¿y la tierra?). Al año siguiente llegaron más, y desconocidos. Esa vez levantamos un rato la cabeza, para preguntarnos. Pero el viento no dice, y volvimos al silencio.
Así fueron creciendo las ráfagas, incrustándonos polvo y hojas muertas por entre el pelo. Ese tiempo ya eran otros los que hablaban, y nos decían que aquello suyo, que aquello abundante, oloroso a plástico y pintura fresca, era también nuestro. Aprendimos a desear lentejuelas (¿y el agua en la noria?)
Mudos en los desfiles, embotados en la fiesta (ellos bailan), quietos ante los chistes (brillan las luces y nosotros vamos), Oscarpoeta grita y no escuchamos. Crecen los números y les creemos. Crecen las calles y las llenamos. Crecen ellos, tan grandes (y nosotros quietos).
Muere el poeta (y nosotros quietos).
Después llegó el humo (¿y las estrellas?), primero unos días. Al año siguiente continuó llegando, espeso y huraño. Humo de bosque (¿de quién es el bosque?), humo de árbol (¿no estaban antes más cerca los árboles?), humo de cría de tigre (vacía de sapos, muere la noche).
Nosotros, nosotros de agua y chicha ¿dónde estábamos?
Ropa nueva, septiembre de flores (el sol vencido se tiñe de rojo), más fuerte la música, más luz aquí cerca nuestro (arde bosque, arde pasto, arde tierra), más risa, más hermoso, más baile.
Fue fácil olvidar el humo (soy un río de pie, pero el río mengua y se amordaza).
Hubo un tiempo, cuando había sol, en que fue nuestro el aire. Habíamos nosotros (pero nosotros también somos ellos). Ahora callamos. Ya no somos río. Como ceniza nos arrastra el viento, de humo (somos nadie).
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