martes, septiembre 26, 2006

Preguntas pequeñas para cuerpos en expansión

CAPEANDO EL TIEMPO DE LAS PARCIALIDADES

¿Usted es cruceña? me pregunta, entre que tímido y curioso, el periodista al otro lado de la línea telefónica. Esa pregunta. Esa pregunta ya me la esperaba. Usualmente llega al principio. No es la primera vez que debo responderla. Y extrañamente, siempre me causa incomodidad.

No se trata de una simple pregunta, para saber de dónde es una. Se trata de un asunto importante, que debe ser dilucidado para colocar al interlocutor (en este caso, yo) en un cierto espacio, dominado por ciertas características que compartiría por tanto, con quienes han sido colocados (o se han puesto) en el interior de ese mismo límite.

¿Ser cruceño es bueno? ¿Ser cruceño es malo? Depende, todo depende.

En este caso, si soy cruceña mi trabajo adquirirá otro sabor. El sentido de mi trabajo será diferente, y con eso también su credibilidad. Estoy hablando del libro ‘Ser cruceño en octubre’, que es el fruto de una investigación realizada con la colaboración de Nelson Jordán, el impagable apoyo del Programa de Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB), y el padrinazgo del Museo de Historia de la Universidad Gabriel René Moreno.

‘Ser cruceño en octubre’ es una investigación que analiza los manifiestos institucionales hechos públicos por instituciones y agrupaciones cruceñas entre el 10 y el 24 de octubre de 2003. A partir de ahí, la investigación devela los caminos que toman los discursos referidos a la identidad cruceña. Es decir, en octubre de 2003, en medio de aquella crisis que se llevó muchas de nuestras certezas y nos trajo desafíos que aún hoy enfrentamos ¿qué era ‘ser cruceño’?

La investigación sirvió para develar muchas cosas que hasta entonces habían sido cubiertas por el velo de la rutina y lo familiar. Resulta, por ejemplo, que el Comité pro Santa Cruz es la única institución cruceña que durante la crisis de octubre de 2003 construye el centro de su discurso alrededor de la referencia identitaria. Se toma la palabra, se fija posición, se expresan demandas porque se está sintonizado con un ‘ser cruceño’ de ciertas características: trabajador, productivo, ajeno a los conflictos, unido y agrupado alrededor de un pacto social empeñado en la defensa de la cultura cruceña, que sería la cultura del trabajo, de la honestidad y del respeto a la ley.

Este Santa Cruz estaría enfrentado con el occidente, propenso al caos y a la anarquía, por estar sintonizado con unos cuantos malos dirigentes, empeñados en amedrentar a la población e interrumpir el estado de derecho y el proceso democrático.

Una vez publicado el libro, resulta que si soy colla, este trabajo será un discurso más, esgrimido por alguien ajeno a la sospechosa identidad cruceña. Resulta que si soy camba, este trabajo habrá demostrado que también de este lado hay críticos y capacidad de criticar. Porque se asume en algunos círculos que en Santa Cruz no hay pensamiento distinto, y que si lo hay se impone a sí mismo la mordaza por miedo a la mirada omnisciente y sobrecogedora del Comité.

De este otro lado, si soy colla era de esperarse que diga todo eso acerca de octubre en Santa Cruz. Si soy camba, mi discurso será silenciado tras un fácil ‘traidora’ que me cerrará ciertas puestas que sólo se abren con el salvoconducto de la cruceñidad comprobada y militante.

Bueno pero ¿soy cruceña? Esa pregunta y su incomodidad. ¿Por qué es importante saberlo? ¿Qué nos ha pasado que de repente ser cruceña o no serlo es tan importante? ¿Acaso no estamos hablando de un trabajo intelectual? ¿Acaso el periodista no ha leído el libro? ¿No es eso suficiente para dejar testimonio de su neutralidad, de su calidad científica y argumentativa, o de su ausencia?

No, no es suficiente. Porque efectivamente, octubre del 2003 ha provocado muchos cambios, la mayor parte de ellos ya nombrados, gritados en las calles, sufridos o festejados en boca de urna, sudados alrededor de las mesas de negociación, desfilados en la plaza de armas, susurrados en los pasillos del Parlamento.

Pero también ha provocado otros cambios, más pequeños y por eso mismo más cercanos, porque son como esos minúsculos granitos de arena que nos traen los vientos de agosto, y se nos cuelan detrás de las orejas, entre nuestros labios, en el doblez del pantalón, por las rendijas de nuestra casa, bajo la almohada, en el cuarto de los niños.

Son los cambios que raspan cada día nuestra piel: el proceso empezado en octubre del 2003 también desembarazó fronteras. Vivimos el tiempo de la delgada línea inquisidora que nos determina buenos o malos, patriotas o sediciosos, visionarios o reaccionarios, fieles o traidores, propietarios o sin tierra, oligarcas o santurrones. Nuestra cotidianidad entera está teñida de aquellas sutiles distinciones.

Hoy más que antes, nos vemos arengados a ubicarnos de uno u otro lado de la dicotomía. Si no tenemos suerte, no hará falta que decidamos: nuestro acento, nuestra piel, nuestra ropa, se encargarán de hacerlo por nosotros, y los demás, ya más cómodos de que todo esté claramente definido y ordenado, actuarán en consecuencia.

Es el tiempo de las parcialidades. El resultado más famoso del censo del 2001, debe ser aquél que dice que la mayor parte de la población se reconoce indígena en Bolivia. No sé si por falta de espacio o de buena fe, se deja siempre en lo oscuro la consideración de que la categoría ‘mestizo’ no formaba parte de las posibilidades de respuesta. Te quedaba ser ‘indígena’ o ser ‘otro’.

Yo soy ‘otro’. Pero bueno, tampoco me quejo. Si los redactores de la encuesta hubieran tenido visión de género, me hubiera quedado siendo ‘otra’, y todos sabemos que ser ‘la otra’ no es muy bien visto ¿no?

El alto porcentaje de población autodenominada ‘indígena’ es fruto de un proceso social y cultural muy importante, de revalorización de lo originario, que me parece tiene un hito en la recordación de los 500 años del inicio de la colonización española. No es, por tanto, una categoría inamovible y definitiva. De aquí a cinco, diez o veinte años, cuando nos demos cuenta que lo indígena tampoco alcanza para reflejar todo lo que somos, inventaremos o desempolvaremos otra categoría a la cual vitorearemos todos, una vez más ilusionados y anhelantes.

Mientras tanto nosotros, los ‘otros’, somos testigos de cómo se guardan en el silencio todos los procesos de creciente urbanización que hemos vivido los bolivianos. En las tres ciudades más pobladas de Bolivia está casi la mitad de la población, en una especie de ágora abigarrada que al mismo René Zavaleta le hubiera causado espanto. ¿Acaso alcanza lo camba para reflejar todo aquello? ¿Acaso alcanzo lo indígena? ¿Y lo colla? ¿Será posible subsistir inmaculado de modernidad en medio de los mercados, de la tecnología de contrabando, en medio de la calle y todos sus rostros diferentes, en horario estelar, mientras la alcaldía cruceña maneja más recursos que la prefectura del departamento?

Nos llenamos la boca hablando de interculturalidad y diferencia, y apenas nos alcanza para reivindicar lo indígena, ocultando una vez más todas las otras parcialidades que también somos y que también construimos hoy aquí y en todas partes, día a día. Más allá de las pertenencias identitarias y partidarias, que no son todas las pertenencias que importan, es imprescindible que en la Asamblea Constituyente converjan todos nuestros caminos, y todas las limitaciones que restringen nuestro transcurrir, para moldearlas y hacerlas oportunidad y desafío.

Recuerdo que hace unos meses, al pensar en la Constituyente , nuestra lengua decía nuevo pacto social. La chicanería política, fiel defensora de la parcialidad, ahora pretende conformarse con simple mayoría. Olvida que lo que no se acuerda en casa se grita luego en las calles y se hace rebeldía, rencor y barricada.

¿Usted es cruceña? me pregunta, entre que tímido y curioso, el periodista al otro lado de la línea telefónica. A pesar de todo, le contesto. Dos segundos de silencio, y descubro que a él también le resultó incómoda la pregunta. Ya empiezan a llegar más distendidas, más humanas las siguientes consultas. Lo escucho y sonrío, mientras miro mis manos de mujer, sobre estas hojas tachoneadas de escritora, en mi escritorio de oficinista, junto a mis libros de investigadora, pensando que ya es hora de cumplir mis deberes de madre, en esta ciudad de inundaciones y anillos, me lanzaré a las rutas desordenadas en mi autito de clase media, que no he terminado de pagar porque mis acreedores me dan prerrogativas de hija, como si no tuviera responsabilidades de treintañera, de ciudadana, de ‘otro’, de otra, muchas otras…

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hilas las palabras con una maestria unica, y vas colocando cada palabra en el sitio correcto como el rocio que dejo sus gotas de agua en la telaranha de un bosque humedo.
Vas costruyendo con palabras, lo que todas nosotras pensamos y sentimos. Que somos y a donde vamos? Porque es malo considerarse mestizo? Es mejor ser indigena? Camba? Colla? En realidad todos en este pais, nos guste o no, somos el resultado de todos los que habian alla por 1490 con mas o menos tinte espanhol. Y lo que vemos ahora en las calles es el arco iris resultante de esa mezcla. Y es esa mezcla lo que llamo boliviano... o que somos en realidad?
Tal vez somos "las otras", mujeres trabajando, creando, dando vida, caminando por estas calles, y esperando dejar algo mejor para los que vienen detras de nosotras... Mujeres.

PD Deberias publicarlo en el periodico!

3:43 a.m.  
Blogger un ciclista said...

Sos camba, Claudia, soy testigo de eso.

5:50 p.m.  

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