Transparencia
En casa de Marielos, que tiene en la mesa de su comedor dos velas de canela, y cuando uno se acerca, ese olor le hace a una recordar la infancia, y de repente todo es transparente y amplio.
Aquí hay también dos ventanas en la sala, y puedes mirar por entre las plantas del jardín delantero hacia la calle, y después, al volver tu cabeza, puedes estar en el verde del patio atrás. No cierra la cortina. Así, por la noche, mientras ella le daba el pecho a su niña, cualquiera podría habernos estado observando desde la calle. Yo no sé si Marielos cierre las cortinas cuando esté sola, pero esta noche no sentí necesidad de cubrir aquél espacio íntimo, y más bien me pareció que la vida pequeña que llamamos hogar llegaba hasta la calle, y que todo era lo mismo, y que no necesitábamos poner obstáculo entre ningún afuera y cualquier adentro que nosotras construyéramos.
Sentí su casa, más que nunca antes. Los cuartos alfombrados. Mis pies descalzos en las baldosas de la cocina y el cuarto de estar. Aquella planta enorme que tiene ella en el ventanal que da a la reja, y los libros ocultos detrás, en la pequeña esquina. Ahí, los diarios de Anais Nin, de cuando era niña, en alemán. Leí y pude entender prácticamente todo y entonces Marielos mi hermana ‘te los presto’, y yo ‘no, estoy leyendo otra cosa’, pero los libros me llamaron y ‘bueno, prestame uno, el de cuando era más niña, que debe tener las palabras más fáciles’.
Las palabras fáciles. Hoy por ejemplo Francisco me preguntó qué quería decir ‘posponer’ y qué significaba ‘recio’. Pasábamos junto al zoológico y Francisco, mirando por la ventana, iba pensando en palabras que le habían llegado no ese momento, sino antes. Pero ellas habían seguido ahí en su cabeza, rondando su curiosidad.
Decía que nunca antes había sentido esta casa, quizá porque en realidad no me detuve en ella. Es decir, vine de visita muchas veces, generalmente con otras personas; o estando yo aquí de visita, estaba mi cuñado también. Esta noche en cambio es diferente. Él no está, y quedamos solas, nosotras dos y mi sobrina.
No hacemos nada particular. Cenamos algo que fui a comprar hasta la avenida, a pie por la calle todavía mojada por la tormenta de la tarde, y después de estar con Franka, y después de que ella le diera pecho, Franka se durmió y miramos juntas una película. Nada especial. Pero al mismo tiempo, sí.
Durante muchos años, siendo niñas y después ya jóvenes, compartimos el mismo cuarto. Nuestras camas eran iguales, y nos quedamos muchas veces conversando hasta las tantas de la madrugada.
Y esta noche hemos estado, después de muchos años, juntas de nuevo.
Aquí hay también dos ventanas en la sala, y puedes mirar por entre las plantas del jardín delantero hacia la calle, y después, al volver tu cabeza, puedes estar en el verde del patio atrás. No cierra la cortina. Así, por la noche, mientras ella le daba el pecho a su niña, cualquiera podría habernos estado observando desde la calle. Yo no sé si Marielos cierre las cortinas cuando esté sola, pero esta noche no sentí necesidad de cubrir aquél espacio íntimo, y más bien me pareció que la vida pequeña que llamamos hogar llegaba hasta la calle, y que todo era lo mismo, y que no necesitábamos poner obstáculo entre ningún afuera y cualquier adentro que nosotras construyéramos.
Sentí su casa, más que nunca antes. Los cuartos alfombrados. Mis pies descalzos en las baldosas de la cocina y el cuarto de estar. Aquella planta enorme que tiene ella en el ventanal que da a la reja, y los libros ocultos detrás, en la pequeña esquina. Ahí, los diarios de Anais Nin, de cuando era niña, en alemán. Leí y pude entender prácticamente todo y entonces Marielos mi hermana ‘te los presto’, y yo ‘no, estoy leyendo otra cosa’, pero los libros me llamaron y ‘bueno, prestame uno, el de cuando era más niña, que debe tener las palabras más fáciles’.
Las palabras fáciles. Hoy por ejemplo Francisco me preguntó qué quería decir ‘posponer’ y qué significaba ‘recio’. Pasábamos junto al zoológico y Francisco, mirando por la ventana, iba pensando en palabras que le habían llegado no ese momento, sino antes. Pero ellas habían seguido ahí en su cabeza, rondando su curiosidad.
Decía que nunca antes había sentido esta casa, quizá porque en realidad no me detuve en ella. Es decir, vine de visita muchas veces, generalmente con otras personas; o estando yo aquí de visita, estaba mi cuñado también. Esta noche en cambio es diferente. Él no está, y quedamos solas, nosotras dos y mi sobrina.
No hacemos nada particular. Cenamos algo que fui a comprar hasta la avenida, a pie por la calle todavía mojada por la tormenta de la tarde, y después de estar con Franka, y después de que ella le diera pecho, Franka se durmió y miramos juntas una película. Nada especial. Pero al mismo tiempo, sí.
Durante muchos años, siendo niñas y después ya jóvenes, compartimos el mismo cuarto. Nuestras camas eran iguales, y nos quedamos muchas veces conversando hasta las tantas de la madrugada.
Y esta noche hemos estado, después de muchos años, juntas de nuevo.
3 Comments:
Esos momentos son los que más se atesoran en la vida.
Saludos.
gracias por la companhia de siempre! Y la planta grande es una palmera ;)
Sí Rafael, los momentos sencillos, pero plenos.
Gracias Male, era una palmera, no me acordaba. Igual, es preciosa.
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