Aquella cama
Hace tiempo estuve yo recostada a su lado. Ella, llena de libros e historias, leía.
Era su voz un arrullo de agua, y de vez en cuando surgían, como milagros, peces, caballeros y abadías. Iba llegando entonces aquél aroma dulce desprendiéndose de su nuca, los labios en O, la pronunciación detallada de la ‘ese’. El cuerpo suyo, exuberante y moreno, extendido en la cama. Los ojos persiguiendo las letras, el tacto áspero de sus mantas al calor de la tarde (al otro lado de la ventana, un árbol y una plaza).
Yo que la miro expectante mientras ella lee. Ella dice. Rozan despacio sus palabras, desperdigadas y añejas en el cuarto de mi hermana Esther. Su voz, la música de su voz entrando por mi cuerpo, saliendo de mi cuerpo.
Están todas esas palabras guardadas. Aquella historia de los siete hermanos y era el menor el más bueno. La boca carnosa de Esther, su cabello negro aquella tarde, en aquella cama (allá va la miseñora, entre todas la mejor). Fue su voz la que hilvanó la música en mi carne. ¿Cómo podría olvidar la melodía que leía mi hermana? Y eran hermosos los jinetes, y los caballeros retornaban siempre de la guerra. Cabía la vida en los libros. Cabía en la tarde. En aquella cama.
Era su voz un arrullo de agua, y de vez en cuando surgían, como milagros, peces, caballeros y abadías. Iba llegando entonces aquél aroma dulce desprendiéndose de su nuca, los labios en O, la pronunciación detallada de la ‘ese’. El cuerpo suyo, exuberante y moreno, extendido en la cama. Los ojos persiguiendo las letras, el tacto áspero de sus mantas al calor de la tarde (al otro lado de la ventana, un árbol y una plaza).
Yo que la miro expectante mientras ella lee. Ella dice. Rozan despacio sus palabras, desperdigadas y añejas en el cuarto de mi hermana Esther. Su voz, la música de su voz entrando por mi cuerpo, saliendo de mi cuerpo.
Están todas esas palabras guardadas. Aquella historia de los siete hermanos y era el menor el más bueno. La boca carnosa de Esther, su cabello negro aquella tarde, en aquella cama (allá va la miseñora, entre todas la mejor). Fue su voz la que hilvanó la música en mi carne. ¿Cómo podría olvidar la melodía que leía mi hermana? Y eran hermosos los jinetes, y los caballeros retornaban siempre de la guerra. Cabía la vida en los libros. Cabía en la tarde. En aquella cama.
2 Comments:
uao, eres poeta? muy buen blog. te estaré leyendo
Querido Claudia,
Estás invitada al tercer encuentro de blogueros y mundoalrevesianos.
Sería muy grato compartir con vos allí.
La convocatoria está en mi blog.
Un abrazo.
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