jueves, marzo 29, 2007

Llanta pinchada

Llanta pinchada a las seis de la tarde. Ya está llena la calle y debo hacerme un lugarcito para esta llanta pinchada. Abrir el maletero, sacar las herramientas, la de auxilio que siempre mancha las manos, la ropa. Ya puse el freno de mano, ya puse el gato, ya lo estiré, ya está suspendido el auto y sigo con los pernos de la rueda. Pero los pernos no quieren conmigo. Reclaman más músculo y sudor.

‘¿La ayudo, señora?’ Es joven y va a pie, el bolso de obrero a un costado del torso, cruzado sobre el pecho. Pienso debe ser un plomero, un electricista, un desempleado. Alguien con tiempo. Claro, cómo no, muchas gracias. Me hago chiquitita para no sentir que lo estoy abusando. ‘¿Ya aflojó las tuercas?’. No, todavía; entonces hubo que bajar el gato, porque primero las tuercas y recién después el gato (no lo olvidaré la próxima). Y luego, las tuercas se aflojan para el otro lado. Después saca la llanta mala y pone la buena, de nuevo las tuercas con la llave cruz y aprieta fuerte. ‘No las apriete tanto’, como si yo las fuera a aflojar después, en el taller donde las parchan.

Termina rápido; si hasta parece una niñada, casi nada, una zoncera. Saco cinco pesos, ‘muchas gracias’, extendiendo la mano (chiquita para que no se ofenda ¿será mucho y quedaré de tonta? ¿será poco y quedaré de tacaña?), pasan los autos y sólo él se detuvo.
‘No, por favor’. Se me aflojan los gestos, sorprendida. ‘¿De veras?’ ‘Así está bien’. Vuelve el bolso al costado, se yergue de la llanta, de mi auto, frente a mí. Es más alto que yo. Era joven, iba pasando, se detuvo a ayudarme y no quería que le pague.

‘Bueno, ‘ta luego’.
‘Ta luego’. Veo su espalda alejarse. Yo voy en esa misma dirección. Podría preguntarle dónde va y acercarlo. Pero no. Más bien espero que se aleje, con la misma entereza con que se detuvo. Se va él, que me hizo un favor que yo no pagué.

Hizo un algo y no le quiso poner un valor a eso. Entonces yo quedé en deuda (no se corta el intercambio, continúo yo debiéndole una acción, un gesto). Chiquitita, cada vez más chiquitita la moneda en mi bolsillo.

Entonces es verdad que somos iguales. Un hombre sin precio.

7 Comments:

Blogger Alba Miranda said...

los detalles de la vida, q regalan una sonrisa al día.

1:21 a.m.  
Blogger Raúl said...

El texto me ha sobrecogido. Realmente es bello. Expresa en tan pocas palabras los abismos sociales que tenemos en Bolivia, esa incapacidad para comunicarnos realmente, para realmente poder tener una relación horizontal. Felicidades!

9:01 a.m.  
Anonymous Anónimo said...

me dejas con lagrimas en los ojos, son increibles tus palabras!
Marielos

5:03 p.m.  
Blogger Vania B. said...

Qué lindo saber que alguien te ayuda porque quiere ayudarte y no por interés de ganarse una monedita. Qué bien que me siento, ya no en una isla desierta.

Un abrazo.

5:43 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Cuando te leo puedo oir el sonido de la llave que cae contra la acera. Siento el olor a goma de la llanta de auxilio.Puedo ver mis palmas sucias. Gracias Claudia por volver.

5:24 p.m.  
Blogger Claudia, hija de Matilde said...

Gracias Selim por leerme.

6:32 p.m.  
Anonymous Anónimo said...

Amiga:

Gracias por esta maravillosa "fotografía". De veras que andaba necesitando leer algo así.

Un abrazo enoooorme.

11:45 p.m.  

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