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Ha llegado el momento de recogerme.
En mis manos, la blusa se vuelca sobre sí misma y va subiendo por el torso y mis pechos. Elevo los brazos y ella roza mis codos, las muñecas (dulce beso), hasta salir de mí.
Mis dedos desabotonan el pantalón, que va bajando luego, agotado y soñoliento, palpando muslos y rodillas. Se despiden mis tobillos de aquél abrigo obligado.
A unos metros de mí, escucho el acompasado sueño de tres niños, que tendrán perlado el sudor bajo las narices de queso y gelatina. Pasa la noche calurosa, arrastrando su pesada falda de mosquitos y estrellas. Un reloj en el velador, anunciando discreto la muerte de cada instante.
Desabrocho el corpiño. Suspiro el alivio de la piel liberada. Me quito las bragas y sube hasta mí el dulce vaho de mi cuerpo, distendido y tranquilo.
Mi cama es blanca, inmensa. Me recuesto desnuda en aquella luna aletargada, extensa sobre las sábanas mansas.
Después, mirando el techo, pensando en nada, voy llegando a mí misma y nos ponemos a conversar, como cuando era niña y de repente llegaban otras que sólo yo escuchaba.
Por detrás de aquellas voces está mi cuerpo, que mira cariñoso y calla. Como si un hombre enamorado de mí acariciara mi espalda mientras duermo.
Es de noche. Cuerpo me recibe. Lame mis heridas (todo estará bien).
Estoy conmigo.
En mis manos, la blusa se vuelca sobre sí misma y va subiendo por el torso y mis pechos. Elevo los brazos y ella roza mis codos, las muñecas (dulce beso), hasta salir de mí.
Mis dedos desabotonan el pantalón, que va bajando luego, agotado y soñoliento, palpando muslos y rodillas. Se despiden mis tobillos de aquél abrigo obligado.
A unos metros de mí, escucho el acompasado sueño de tres niños, que tendrán perlado el sudor bajo las narices de queso y gelatina. Pasa la noche calurosa, arrastrando su pesada falda de mosquitos y estrellas. Un reloj en el velador, anunciando discreto la muerte de cada instante.
Desabrocho el corpiño. Suspiro el alivio de la piel liberada. Me quito las bragas y sube hasta mí el dulce vaho de mi cuerpo, distendido y tranquilo.
Mi cama es blanca, inmensa. Me recuesto desnuda en aquella luna aletargada, extensa sobre las sábanas mansas.
Después, mirando el techo, pensando en nada, voy llegando a mí misma y nos ponemos a conversar, como cuando era niña y de repente llegaban otras que sólo yo escuchaba.
Por detrás de aquellas voces está mi cuerpo, que mira cariñoso y calla. Como si un hombre enamorado de mí acariciara mi espalda mientras duermo.
Es de noche. Cuerpo me recibe. Lame mis heridas (todo estará bien).
Estoy conmigo.
1 Comments:
Dulces sueños.
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