El calidoscopio
De un viaje a Centroamérica, Malela trajo un calidoscopio. Una caña hueca con piedritas y cristales dentro. Nunca se repite una figura. Quedé encantada, y ella, que lo había traído para sí, me lo dio.
Natalia lo encontró hace algunas semanas. Lo hizo suyo de tanto mirar los colores contra las ventanas, de tanta boca abierta y qué lindo, de tanto comentar las combinaciones y pasarme cuidadosa el tubito, para que el prodigio que ella vio no se transforme en otro, uno nuevo, que por estar la magia en mis ojos, ella no podría ver.
Ahora me lo deja encargado, como quien deja en las manos de otro una maravilla íntima y secreta. Apunto a la luz y me sumerjo. Están los colores, rojo, celeste, verde. A veces naranja, amarillo. Y el blanco de fondo, que por ratos desaparece. Está la luminiscencia. Las piedritas que se mueven. Están los cristales tintineando al chocarse entre sí. Está la sonrisa de Nata, mirando a través. Mi hermana en su viaje. La ventana y la luz del sol, el que tienes dentro (¡tengo sol, lo guardo en la carne!).
Natalia lo encontró hace algunas semanas. Lo hizo suyo de tanto mirar los colores contra las ventanas, de tanta boca abierta y qué lindo, de tanto comentar las combinaciones y pasarme cuidadosa el tubito, para que el prodigio que ella vio no se transforme en otro, uno nuevo, que por estar la magia en mis ojos, ella no podría ver.
Ahora me lo deja encargado, como quien deja en las manos de otro una maravilla íntima y secreta. Apunto a la luz y me sumerjo. Están los colores, rojo, celeste, verde. A veces naranja, amarillo. Y el blanco de fondo, que por ratos desaparece. Está la luminiscencia. Las piedritas que se mueven. Están los cristales tintineando al chocarse entre sí. Está la sonrisa de Nata, mirando a través. Mi hermana en su viaje. La ventana y la luz del sol, el que tienes dentro (¡tengo sol, lo guardo en la carne!).
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