Debo ir, madre
No sé qué hizo, lo juro. No lo podía ver. Sólo recuerdo sus pies, dulces y gordos, junto a los míos.
Yo no le hubiera dicho nada, pero él me lo preguntó, después de besarme. Era jugosa, su lengua. Y yo tenía tanta sed. Disculpe madre, yo no quería decírselo, pero él me lo preguntó. Y era su voz suave y calma, como el incierto cauce del río. Sí, y resbalosa también, como los peces en mi mano. ¿Habrá sido el niño del río? Junto al río vive un niño hermoso, de cabellos negros y espaldas anchas, que me espía mientras lavo mis faldas. Yo casi no lo veo, pero sé que está ahí. Escucho el murmullo de su garganta, y cuando se acerca a la orilla y bebe, mientras yo sigo lavando de espaldas a él, entre mis manos el agua se transforma, se torna brillante y perfumada. Ha de ser un niño hermoso, yo lo sé. No se preocupe, él habrá de cuidarme. Pondrá flores en mis trenzas, sí.
Disculpe madre, que se lo haya contado, pero fue dulce y bueno conmigo.
Apenas se lo dije, él lo recogió del aire, como un suspiro. Ahora debo ir tras de su vientre (adiós madre), porque el niño de pies dulces ha engullido mi nombre, y entre caricias de luna, ha recostado todas mis letras entre los velos sedosos de su ombligo.
Debo ir, madre. Él se ha ido llevando mi nombre consigo.
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