Ninguna
ninguna
de las que soy
conoce este camino
puedo caer
al abismo:
no sabremos lamer
no podremos curar
las llagas el hastío
asustadas
de la mano
- pasos tímidos –
las que soy
nos damos ánimo
mentimos
perdidas:
no hay maestro
no hay destino
de las que soy
conoce este camino
puedo caer
al abismo:
no sabremos lamer
no podremos curar
las llagas el hastío
asustadas
de la mano
- pasos tímidos –
las que soy
nos damos ánimo
mentimos
perdidas:
no hay maestro
no hay destino
3 Comments:
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.
Hoy transitamos la mar sin estrellas ni puerto de la vida -actos y literatura entrecruzados-, asumida como riesgo, como alta aventura. ¿Qué esperamos de nuestra decisión (única y aparente vela) de hacernos a la mar y luego ir más allá sin advertir orilla? Acaso sabernos libres. ¿Cuál libertad? ¿Es libertad el estar aparentemente perdidos? ¿Es todo esto necesario? Sí, diremos los otros también oscurecidos y perplejos entre las erizadas olas. Sabemos, sentimos: no es un mar sin puerto ni estrellas, es la densa y oscura niebla del temor que aturde nuestro corazón. Tomad la lámpara. Tomad la lámpara.
Desde mi barca, escucho tus remos chapaleando en el agua, y tu voz, siempre tu voz. No dejes de hablarme, para que cuando arribemos, sea en la misma isla.
Nelson Mandela, cuando después de más de 20 años fue liberado de prisión, a la muchedumbre que ansiosa esperaba sus primeras palabras, dijo:
Nuestro temor más profundo no es que somos meramente idóneos.
Nuestro temor más profundo es que tenemos poder más allá de toda medida. Es nuestra luz, no nuestras tinieblas, lo que nos atemoriza.
Nos preguntamos: ¿quién soy para ser brillante, talentoso, fabuloso? En realidad ¿quién eres para no serlo? Sois los niños de Dios.
Si actuáis de forma pequeña de nada le sirve al mundo. No es un acto iluminado encogerse para que las otras personas a vuestro alrededor no se sientan inseguras.
Hemos nacido para manifestar la gloria de Dios que se halla en nosotros. No en algunos de nosotros; está en todos. Y, cuando permitimos que nuestra propia luz brille, inconscientemente le damos permiso a la otra gente para que haga lo mismo.
A medida que nos liberamos de nuestro propio temor, nuestra presencia automáticamente libera a los demás.
Un abrazo
Claudia
Publicar un comentario
<< Home