Santa Cruz como una boda
Este artículo fue publicado en el suplemento Brújula de El Deber hace algunos meses, pero me parece que la discusión que plantea sigue siendo no sólo pertinente, sino también necesaria.
Se los ofrezco con cariño y agradecimiento.
Santa Cruz como una boda
Un cuarto oscuro. Paredes forradas de negro. En el centro, un torbellino de tul arrastra y eleva todo: los azahares de la novia, la torta inmaculada, algún calzón de encajes... todo se lo lleva el viento, entre delicadezas bordadas y detalles perfectos.
La Manzana 1, a un costado de nuestra Plaza remozada, despierta curiosidades: es Historias de Bodas, la exposición de Quito Velasco, que instaló en aquella galería fotos antiguas y recientes, cristales colgantes y novias vírgenes, testimonio de su trabajo como decorador de fiestas nupciales.
“Es una de las exposiciones que más gente está atrayendo”, me confía Valia Carvalho antes de llegar. Lo primero que veo, es un maniquí que entremezcladas con la falda de su traje, lleva hojas y más hojas: son los dibujos de los diseñadores de su vestido, la lista de platos que serán servidos durante la noche inolvidable, los nombres de los pretendientes. Se me ocurre entonces que debe ser lenta y tortuosa la marcha de la novia que cargue con todos aquellos planes, detalles y decisiones por entre el vestido.
Pero estamos en Santa Cruz, donde las páginas de los suplementos sociales pueden decidir la suerte de los periódicos. En Santa Cruz, ciudad de reinas y palmeras. De festivales artísticos y vientos lujuriosos. De inundaciones y juventudes borrachas bloqueando avenidas.
Aquí en Santa Cruz, no son dos señores de terno quienes reinventan la ciudad, recordando tranvías y poetas. Aquí en Santa Cruz, cada quien reinventa la ciudad desde su propio desparpajo, como diría Giovanna Rivero.
Después del desparpajo de Juan Bustillos que encerró a nuestra ciudad en el vientre de una vaca de hierro y a la quimera cruceña en las cuencas delirantes de un quijote demasiado conmovedor, vino este señor, Quito Velasco, a contarnos historias de bodas.
La fiesta como el espacio donde se construye la identidad. La fiesta como el momento extra cotidiano donde expresamos aquello que deseamos ser, las dimensiones a partir de las cuales mediremos luego nuestra felicidad.
Es fácil decir que todo aquello es una banalidad. Que es inmoral derrochar tanto dinero en una noche. No les quito razón, pero hay otra forma de leer las convenciones sociales que nos llevan a valorar de manera tan desenfrenada el poco tiempo existente entre el principio de la fiesta de bodas y su final.
Porque Santa Cruz es la ciudad de los excesos. No puede ser sencillo; debe ser grande, desafiante, fastuoso (ya sea que hablemos de nalgas, de autos o de bodas). Pero del apego al exceso puede surgir también el inconformismo. Aquella extraña energía que provoca no sólo renegar del presente, sino también atreverse a desear. El deseo como fuerza motora que desata capacidades, sacrificios y enconos. El deseo como la base sobre la cual construimos la confianza en el futuro: extraño espíritu que persiste en la entraña de la ciudad, y que contagia a quienes llegan con la esperanza de vivir mejor aquí que en cualquier otro lugar de Bolivia.
Es necesario tener confianza en el futuro para embarcarse en la fiesta y en el matrimonio.
Y es que en Santa Cruz lo viejo no existe. A lo mucho recordamos con nostalgia la Santa Cruz de hace unos cincuenta años, cuando nadie tenía papeles de propiedad de casas y tierras, y pare de contar. Pareciera ésta una ciudad que no reverencia la hidalguía del tiempo. Valen la pena entonces las pocas horas vividas en el lujo y la belleza de la fiesta.
Porque sí flota en el aire la añoranza del pasado, pero puede más el orgullo del presente. ‘Arriba cruceños, hagamos historia’, como si la historia estuviera adelante, y no detrás. Otra vez el desparpajo, el atrevimiento. ¿Y por qué no? Hay que ser atrevido para ser feliz. Buscar el brillo, avanzar orgulloso, como el novio entrando a la iglesia, confiando que va a llegar a tiempo aquella mujer nívea a casarse con él.
El viento se lleva todo y esta ciudad apenas se da cuenta. No le importa, porque ya ha olvidado lo que se llevó el viento ayer, y está ocupada construyendo lo que se llevará el viento mañana.
No por nada nos asomamos todos a lo de Quito. Novia Santa Cruz, que llega a su boda arrastrando aquella falda pesada de proyectos, deseos y decorados, dispuesta a seguir adelante, siempre adelante, como si más allá le estuviera esperando, como un novio, la felicidad.
Se los ofrezco con cariño y agradecimiento.
Santa Cruz como una boda
Un cuarto oscuro. Paredes forradas de negro. En el centro, un torbellino de tul arrastra y eleva todo: los azahares de la novia, la torta inmaculada, algún calzón de encajes... todo se lo lleva el viento, entre delicadezas bordadas y detalles perfectos.
La Manzana 1, a un costado de nuestra Plaza remozada, despierta curiosidades: es Historias de Bodas, la exposición de Quito Velasco, que instaló en aquella galería fotos antiguas y recientes, cristales colgantes y novias vírgenes, testimonio de su trabajo como decorador de fiestas nupciales.
“Es una de las exposiciones que más gente está atrayendo”, me confía Valia Carvalho antes de llegar. Lo primero que veo, es un maniquí que entremezcladas con la falda de su traje, lleva hojas y más hojas: son los dibujos de los diseñadores de su vestido, la lista de platos que serán servidos durante la noche inolvidable, los nombres de los pretendientes. Se me ocurre entonces que debe ser lenta y tortuosa la marcha de la novia que cargue con todos aquellos planes, detalles y decisiones por entre el vestido.
Pero estamos en Santa Cruz, donde las páginas de los suplementos sociales pueden decidir la suerte de los periódicos. En Santa Cruz, ciudad de reinas y palmeras. De festivales artísticos y vientos lujuriosos. De inundaciones y juventudes borrachas bloqueando avenidas.
Aquí en Santa Cruz, no son dos señores de terno quienes reinventan la ciudad, recordando tranvías y poetas. Aquí en Santa Cruz, cada quien reinventa la ciudad desde su propio desparpajo, como diría Giovanna Rivero.
Después del desparpajo de Juan Bustillos que encerró a nuestra ciudad en el vientre de una vaca de hierro y a la quimera cruceña en las cuencas delirantes de un quijote demasiado conmovedor, vino este señor, Quito Velasco, a contarnos historias de bodas.
La fiesta como el espacio donde se construye la identidad. La fiesta como el momento extra cotidiano donde expresamos aquello que deseamos ser, las dimensiones a partir de las cuales mediremos luego nuestra felicidad.
Es fácil decir que todo aquello es una banalidad. Que es inmoral derrochar tanto dinero en una noche. No les quito razón, pero hay otra forma de leer las convenciones sociales que nos llevan a valorar de manera tan desenfrenada el poco tiempo existente entre el principio de la fiesta de bodas y su final.
Porque Santa Cruz es la ciudad de los excesos. No puede ser sencillo; debe ser grande, desafiante, fastuoso (ya sea que hablemos de nalgas, de autos o de bodas). Pero del apego al exceso puede surgir también el inconformismo. Aquella extraña energía que provoca no sólo renegar del presente, sino también atreverse a desear. El deseo como fuerza motora que desata capacidades, sacrificios y enconos. El deseo como la base sobre la cual construimos la confianza en el futuro: extraño espíritu que persiste en la entraña de la ciudad, y que contagia a quienes llegan con la esperanza de vivir mejor aquí que en cualquier otro lugar de Bolivia.
Es necesario tener confianza en el futuro para embarcarse en la fiesta y en el matrimonio.
Y es que en Santa Cruz lo viejo no existe. A lo mucho recordamos con nostalgia la Santa Cruz de hace unos cincuenta años, cuando nadie tenía papeles de propiedad de casas y tierras, y pare de contar. Pareciera ésta una ciudad que no reverencia la hidalguía del tiempo. Valen la pena entonces las pocas horas vividas en el lujo y la belleza de la fiesta.
Porque sí flota en el aire la añoranza del pasado, pero puede más el orgullo del presente. ‘Arriba cruceños, hagamos historia’, como si la historia estuviera adelante, y no detrás. Otra vez el desparpajo, el atrevimiento. ¿Y por qué no? Hay que ser atrevido para ser feliz. Buscar el brillo, avanzar orgulloso, como el novio entrando a la iglesia, confiando que va a llegar a tiempo aquella mujer nívea a casarse con él.
El viento se lleva todo y esta ciudad apenas se da cuenta. No le importa, porque ya ha olvidado lo que se llevó el viento ayer, y está ocupada construyendo lo que se llevará el viento mañana.
No por nada nos asomamos todos a lo de Quito. Novia Santa Cruz, que llega a su boda arrastrando aquella falda pesada de proyectos, deseos y decorados, dispuesta a seguir adelante, siempre adelante, como si más allá le estuviera esperando, como un novio, la felicidad.
5 Comments:
Claudia es bueno leer lo que escribes en este blog.
¿Cúando publicaras un nuevo libro?.
Una novela ambientada en Santa Cruz no estaria nada mal si sus paginas las hubiesen escrito tus dedos.
me gustaran tus textos... buen blog... pasa por el mio y dime que piensas...
gracias a ti por visitar el mio...
hay (muy) buenas cosas por aqui...
me encantó la forma en que ves ese "arriba cruceños, hagamos historia", y es que para el cruceños siempre ha sido así, lo viejo es sólo recuerdo, la historia se hace hacia adelante, de ahí la fuerza de las luchas cívicas, de ahí el optimismo, de ahí la franqueza, en fin, quizás atribuyo demasiado a esto, pero me encantó el artículo cuando lo leí en el deber hace unos meses, y es un gusto volver a leerlo.
besos
Hola Claudia. Lindo tu texto y me gustó mucho también tu presentación personal. Muy bueno. Soy peruano, estoy preparando un libro de relatos para el prox. año. A ver si le hechas un ojo a mi blog donde tengo algunos de mis escritos y quisiera tu opinión. Anticipadamente ¡muchas gracias!
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