lunes, abril 12, 2010

Los cuerpos

A veces pensaba y a veces prefería no pensar. Por la noche, se dormía mirando los puntos de luz. Cuando se despertaba en medio de la oscuridad, por ratos podía dejar de escuchar el rasparse avanzando de los autos y su aire roto. Después no. No paraba durante el día ese ronco roce. También alguna mañana temprano se quedaba mirando a través de la ventana. Allá lejos sobresalía un cerro, como una cordillera desigual. De sus laderas colgaban las casas. Las podía individualizar, y en lo alto de la cresta, no muy lejos de allí, el verde. Miraba todo eso, estando recostada quieta. Un domingo por la noche lloró por sus hijos tan lejos. De nostalgia y remordimiento, como decir de amor. Recordaba los cuerpos, la sensación diferenciada que cada uno de sus cuerpos le producía. Los olores. La voz. Pero sobre todo los cuerpos. Tenían ellos el color de la piel parecido entre sí, que a su vez era el mismo que ella tenía. Entre el tropel interminable de los autos, ahí estaba, aferrándose a los cerros impasibles, a los árboles lejanos, a las casas diminutas. Ella recostada inmóvil, y sin embargo a punto de caer: todo el tiempo apenas a un paso de caer.

lunes, abril 05, 2010

Tose

Viene Ernesto a echarse conmigo, que escribo. Tose porque está resfriado, y le acaricio un rato la cabeza. Me pide más. Le toco la espalda y me pide que le rasque. Le toco el pie y me pide un masaje. “Es que extraño tus masajes”, me dice. Contenta de que me extrañe, le hago un masaje. Está tan grande Ernesto que casi no cabe en la cama. Por la mañana me recuesto junto a él en casa de madre y “te quiero” me dice.