viernes, enero 27, 2006

tres niños

tres niños y yo
mirando por la ventana
(afuera llueve)

no horneamos pasteles
no construimos cometas
(sólo nostalgias)

no hay mañana – no amanece
huele a viejo la vida y su daga

tres niños y yo
(silencio)
somos todo
(pero no alcanza)

miércoles, enero 25, 2006

Las mujeres de mi casa

Las mujeres de mi casa suelen morir de tristeza. Abren el pecho a la muerte que anida dentro. Rinden ellas la carne muda: viejas sirenas vencidas de cantar.
Las mujeres de mi casa suelen morir detenidas: después de callar el grito, se marchita el deseo y se extingue.
Mujeres ahogadas en un mar de serenidad.
Ha heredado mi cuerpo la tristeza de aquellas mujeres. También mi carne tiende a la muerte.
Por eso me entrego a las aguas profundas. Por eso busco las heridas del vacío y las lamo con ferocidad animal.
Deberé bajar a la noche
y vencerme en la noche.
Deberé desnudarme de silencios y obedecer la urgencia del celo y la cría.
Las mujeres de mi casa mueren de pena. Yo traiciono el abandono y la espera.
Mi carne pare el deseo: soy hembra.

miércoles, enero 18, 2006

olvidar el mar

soy una roca
pesada y añeja
que lame lujurioso el mar

lo recibo solícita
le muestro la textura gris los sagrados poros los pequeños secretos
lo invito a penetrarme

pero el mar
- veleidoso insondable -
se va

me queda la espuma
- espesor de pompas
rechinando al sol -

(deseosa de mar
me cubre la espuma)

deberé entonces
encontrar plenitud
- lo perecedero lo inefable -
en ese instante de
burbuja olvidada
del mar

lunes, enero 16, 2006

no es que me vaya

madre reniega de mí
esconde los permisos
suspende la sonrisa
quiere enseñarme a esperar

luminosa, amasa el pan
guarda las horas
intenta dominar
mi hambre de suspiros
la constante ensoñación

madre, le digo,
¿no ve que no hay puertas?
¿no ve que no hay calles
ni horario ni nombres?

madre no
gaste la vela
guardándome no
es que me vaya es
que nunca estuve

lunes, enero 09, 2006

Palabras ingenuas

Estará él mirando el mar, que es final y principio de todo, y dejará de pensar en mí.
Estará él absorto, sumergiéndose en mundos perfectos de palabras y besos, y abandonará, descuidado, mi oficina y mi mesa.
Estará él retornando a lugares que cargan otras memorias, de cabellos largos y trenes sedientos, y olvidará el hilo rojo que anudó en mi muñeca.
Estará él en un hotel, bajo alguna ducha, y terminará lavando, diluyendo para siempre el agua mía que persistía en lamer su cuerpo.

Estará él allá afuera.
Yo aquí adentro, apacentando mis olas, diluyendo tormentas.
Mi lengua porfiada anudará letras. Anudarán palabras esas letras.
Y las palabras ingenuas, recién llegadas,
dirán su nombre,
convocarán su ausencia.

sábado, enero 07, 2006

Debo ir, madre

No sé qué hizo, lo juro. No lo podía ver. Sólo recuerdo sus pies, dulces y gordos, junto a los míos.

Yo no le hubiera dicho nada, pero él me lo preguntó, después de besarme. Era jugosa, su lengua. Y yo tenía tanta sed. Disculpe madre, yo no quería decírselo, pero él me lo preguntó. Y era su voz suave y calma, como el incierto cauce del río. Sí, y resbalosa también, como los peces en mi mano. ¿Habrá sido el niño del río? Junto al río vive un niño hermoso, de cabellos negros y espaldas anchas, que me espía mientras lavo mis faldas. Yo casi no lo veo, pero sé que está ahí. Escucho el murmullo de su garganta, y cuando se acerca a la orilla y bebe, mientras yo sigo lavando de espaldas a él, entre mis manos el agua se transforma, se torna brillante y perfumada. Ha de ser un niño hermoso, yo lo sé. No se preocupe, él habrá de cuidarme. Pondrá flores en mis trenzas, sí.

Disculpe madre, que se lo haya contado, pero fue dulce y bueno conmigo.

Apenas se lo dije, él lo recogió del aire, como un suspiro. Ahora debo ir tras de su vientre (adiós madre), porque el niño de pies dulces ha engullido mi nombre, y entre caricias de luna, ha recostado todas mis letras entre los velos sedosos de su ombligo.

Debo ir, madre. Él se ha ido llevando mi nombre consigo.

miércoles, enero 04, 2006

El rito

A veces mi cuerpo se abre
para guarecer a un hombre
(hay hombres que arriban
sensibles / gigantes / perdidos).

A veces también confundo
ternura de vientre con verdad
(esa extraña costumbre que tienen
de desaparecer los hombres).

Mientras están, a veces no consigo
atrapar de su cuerpo los olores, el sabor.
Apenas puedo, cuando se han ido, reconstruir
su transcurrir de jadeos y mi deseo.

Se me da por pensar que la sangre
(puntual y cumplida) refleja
el atávico instinto de lavar
esa sombra, esa saliva.

Agotado el rito debo recorrer, ciega,
los punzantes días entre esa piel y mi olvido
(hay hombres como ángeles
que dejan hambre de luz y suspiros).

Pero la ceguera es corta
y se diluye, ingenua, la ilusión
de domar el conjuro, mi destino.

El cuerpo no olvida:
el cuerpo permanece, por siempre, nido.