domingo, septiembre 30, 2007

Nuestra culpa

Nuestra culpa no es de haber hecho, sino de habernos quedado quietos. Nuestra culpa está hecha de haber pensado que lo ajeno era nuestro, y de haber olvidado que lo de ellos en realidad nos pertenecía.

Un tiempo hubo en que supimos bañarnos en los ríos, y ese tiempo la palabra era nuestra. El agua en la noria, el croar intenso de los sapos por la noche, el pan recién horneado, un curucusí en la mano.

Y el cielo de estrellas. Y el sol sudado. El árbol de guapurú en el patio. Nosotros, y en la plaza Andrés sin zapatos (todos somos iguales).

Pero no éramos.

Entonces, un agosto despertaron más apurados los vientos (¿y la tierra?). Al año siguiente llegaron más, y desconocidos. Esa vez levantamos un rato la cabeza, para preguntarnos. Pero el viento no dice, y volvimos al silencio.

Así fueron creciendo las ráfagas, incrustándonos polvo y hojas muertas por entre el pelo. Ese tiempo ya eran otros los que hablaban, y nos decían que aquello suyo, que aquello abundante, oloroso a plástico y pintura fresca, era también nuestro. Aprendimos a desear lentejuelas (¿y el agua en la noria?)

Mudos en los desfiles, embotados en la fiesta (ellos bailan), quietos ante los chistes (brillan las luces y nosotros vamos), Oscarpoeta grita y no escuchamos. Crecen los números y les creemos. Crecen las calles y las llenamos. Crecen ellos, tan grandes (y nosotros quietos).

Muere el poeta (y nosotros quietos).

Después llegó el humo (¿y las estrellas?), primero unos días. Al año siguiente continuó llegando, espeso y huraño. Humo de bosque (¿de quién es el bosque?), humo de árbol (¿no estaban antes más cerca los árboles?), humo de cría de tigre (vacía de sapos, muere la noche).

Nosotros, nosotros de agua y chicha ¿dónde estábamos?

Ropa nueva, septiembre de flores (el sol vencido se tiñe de rojo), más fuerte la música, más luz aquí cerca nuestro (arde bosque, arde pasto, arde tierra), más risa, más hermoso, más baile.

Fue fácil olvidar el humo (soy un río de pie, pero el río mengua y se amordaza).

Hubo un tiempo, cuando había sol, en que fue nuestro el aire. Habíamos nosotros (pero nosotros también somos ellos). Ahora callamos. Ya no somos río. Como ceniza nos arrastra el viento, de humo (somos nadie).

viernes, septiembre 28, 2007

Cegado

Me lo topo casi siempre al mediodía, en el colegio (él también recoge a alguien de allí), pero ya no me conoce. Me conoció un día, cuando después de buscarme, después de obtener el número de mi celular y llamarme, nos encontramos a la salida del colegio. Él, hablando rápido, parecía pensar que yo sabía lo que él sabía, parecía pensar que yo sabía lo que él quería que sepa. Pero le dije que no. Y desde entonces, de repente, no es que se haya olvidado de mí, es que no existo, como si su cabeza se hubiera cerrado, como si sólo él existiera. Pasa por mi lado, pero ciego, cegado, alienado.

Sol en la cama

Sol en la cama de Ernesto. Su pijama celeste tibio. Las sábanas despeinadas. Sobre la cama, yo, sobre mí, el sol, y en mi nariz, el sudor de su cuello. Ese preciso olor, al sol.

miércoles, septiembre 26, 2007

Durmiente y sandía

Era grueso el tronco del molle, nosotros a sus pies. Ahí pasó uno de esos carritos empujados por alguien con un altoparlante, ofreciendo fruta. Era mediodía y habíamos pasado calor. Una sandía, toc toc, la que más suene a hueco. El cuchillo del ventero la partió. Y luego ¿cómo la comemos? No traemos cortaplumas, ni cuchara, ni nada. A la tienda: no, no tengo cucharillas de plástico. ¿Y de usted tampoco tiene? Un rato, voy a ver (vio); y trajo una.
Vuelvo a la plaza, dormido el ciclista. Se despierta por ratos, come. Después duerme del todo, y yo, sentada sobre el pasto, las piernas cruzadas, me como la fruta roja y jugosa, mientras lo miro durmiente.

Cielos

He vuelto de Cochabamba, ciudad que tiene un cielo. También tiene un sol, y nubes, sorprendentes nubes que cambian de formas y se combinan. Pueden ser blancas u oscurecerse y llenarse de agua. A veces, llueven (y corrimos tras los aleros, yo por no mojarme, él tras la lluvia). Otras veces, al atardecer, se hacen redondas y dejan que el sol lama sus panzas, amarillas y entregadas.
Mi ciudad, en cambio, ha rifado su cielo, y la luna roja, y el sol ofuscado, son nuestra verguenza.

miércoles, septiembre 19, 2007

Zorro o comadreja

Tom miró. Una luz brillante se acercaba por la colina.
-No hacemos nada malo –dijo-. Sólo estamos aquí sentados, no hemos hecho nada.
Muley soltó una risita aguda.
-¡Ya! Nada más por estar aquí ya estamos haciendo algo. Hemos entrado en una propiedad y eso es ilegal. No nos podemos quedar. Llevan dos meses intentando cogerme. Mirad. Si lo que viene es un coche, nos echamos al suelo entre el algodón. No tenemos que ir lejos. Y entonces, ¡que traten de encontrarnos! Hay que buscar en cada surco por separado. Simplemente, mantened la cabeza baja.
-¿Qué te ha pasado, Muley? –exigió Joad-. Nunca estuviste hecho para correr y esconderte. Antes resistías.
Muley contempló las luces que se aproximaban.
-Sí –contestó-. Antes resistía como un lobo, ahora resisto como una comadreja. Cuando vas de caza, tú eres el cazador y eres fuerte. Nadie puede vencer a un cazador. Pero cuando eres el cazado, entonces es diferente. Cambias. No eres fuerte: puedes ser fiero, pero no fuerte. Llevan mucho tiempo ya intentando cazarme.

John Steinbeck, “Las uvas de la Ira”

martes, septiembre 18, 2007

Ciclista dice

Entre nosotros, si nos atrevemos a amar, no habrá ese silencio específico que es muerte. Nosotros vivimos. Con palabras nos conocimos, con palabras nos hacemos.

martes, septiembre 11, 2007

El decidor

Hay otro silencio, que es el que me nace cuando hablo con él. Dice las palabras, y es como si a veces quisiera decirlas todas. Van sucumbiendo las cosas ante él, que les da la vuelta, las hurga y las nombra (desnudas las cosas, se avergüenzan y se esfuman).

No deja nada para la noche de las voces.

Las voces mudas se duermen hambrientas. Yo duermo callada, y sueño en silencio.

sábado, septiembre 08, 2007

Aún así

Cuando se convenció de que las palabras eran inútiles, dejó de decirlas, y empezó el hambre.

Pasaba el tiempo, pero seguía el silencio. Y su hambre.

Entonces empezó a comerse los dientes. Y después fue comiéndose la boca. Luego masticó los dedos de sus manos, y sus manos. Comió su cuello, sus orejas. Se tragó el vientre, las estrías, los vellos. Se devoró toda, hasta desaparecer.

Aún así, después de ella, permaneció el hambre.

Incólume, el hambre.

lunes, septiembre 03, 2007

Dios de piedras


Pensó que solamente decía palabras, y dijo los días y dijo las noches, como si fuera dios.
Enojose el dios de oirla diciendo, y le envió palabras como piedras.

Sobre tu falda Camille, tus manos quietas.


Camille Claudel, escultora (1864 - 1943). Murió interna en un sanatorio mental, donde fue recluida durante más de treinta años. Destruyó ella misma casi toda su obra. Después de ser una artista prolífica y apasionada, mientras estuvo en el sanatorio no esculpió absolutamente nada.

Arrepentir

Pagarás con sangre cada letra. Tendrás tiempo, mujer, para gastarte lavando palabras (querrás estrujar lo que ya se fue). Después llenarás tu boca de piedras: cuando quiera decir algo tu lengua, sólo sabrás
decir nada.