miércoles, agosto 30, 2006

Encogerse

En un solo espacio nos hemos contraído mis tres niños y yo. Anoche fue nuestra primera noche. Ellos lo llevan bien. Yo tengo miedo. Ya me he encogido antes, y sé cuánto duele.

domingo, agosto 27, 2006

querida

mi mano en su cabeza: no llores querida, pero no paraba de llorar ¿dónde es tu casa? ¿dónde te llevo? pero no paraba de llorar, pijama de franela, inútiles las manos y los pies cuando no existe dónde ir ¿dónde ir? responde muda a mi pregunta, qué tonta, torpe pregunta si no tienes dónde: no hay casa, no hay final (todo es tránsito) este animal cansado (en pijama de franela) sin refugio donde reposar este animal herido las palabras no sanan las palabras no llegan, no llegas, las palabras querida ¿dónde es tu casa? no paraba de llorar: este miedo inmenso (un poco de aire) que todo lo ocupa ¿a dónde ir? no llego corazón corazón miedo (un poco de aire) pero cuando no hay camino ni progenitora ni final (no llores querida) apenas el corazón asustado (solo) y el miedo mi mano en su cabeza, no llego, en mi cabeza el miedo el miedo es el único refugio posible de alcanzar

(estoy con vos, G)

miércoles, agosto 23, 2006

Distancia

Tiene algo de epopeya su nombre. De ciudad sitiada y,
por su mano, liberada.
Multitudes.
Naciones.
Un guerrero de guerras verdaderas. Ésas que me asustan
y no me dejan dormir.
Estirpe de leyes y sabios.
De viajes interminables
y hazañas
y patrimonios.

Yo, en cambio, nieta de mi abuela
(silenciosa partía Miguelina el pan al borde de la mesa),
añoro apenas ser como el agua

que de a poquito moja,
que suavemente lava,
que callando,
revela.

Y partir, como el río.

Y permanecer, como el mar.

sábado, agosto 19, 2006

II.

Cuando frente al abismo (estaban las ballenas llamándome)
apago la vela y decido
no entrar.
Cuando aprisiono ciclones (relinchan tus caballos, abuelo)
en el pecho para recibir
a los niños.

Todo este cuerpo.
Tanto labio.
Tantos dedos.

La música del agua (abrir el círculo) por la tarde en Urubichá (acurrucarse dentro).

Tengo el hambre.
Tengo las fieras.
Tengo los flujos.
La esencia.

Y sin embargo (un mes más allá está mi vida)
no puedo.

Sudo a orines (me detengo). Tiembla palabra (miedo).

Cuerpo se ha ido (abrime Claudia la puerta)
cuerpo vacío (dejame entrar)

vacío
es vacía
de mí.

lunes, agosto 14, 2006

Los besos (II)

En el principio, cuando no estaban nombradas las cosas, y aún antes de que surgieran las cosas para ser nombradas, ya eran Aembé y Mterei. En ese tiempo no había nada, porque nada había sido dicho. Nomás Aembé y Mterei, porque ellos son los decidores.

Cansados de la nada, ambos dijeron sus nombres:
- Aembé.
- Mterei.

Así fueron nombrados y les nació un cuerpo. El de Aembé transparente y liviano. El de Mterei caliente y oscuro. Vieron sus nombres Aembé y Mterei, vieron sus cuerpos y les dio risa. Rieron ambos por primera vez, y así surgió la risa, aleteando de sus cuerpos.

No tardó mucho en brotar de la risa el deseo, y desearon Aembé y Mterei las palabras. Empezaron entonces a desperezarse las palabras en sus lenguas, y luego fueron naciendo de sus bocas. Nombraron ‘lengua’, nombraron ‘boca’, y les gustó besarse y decir cosas.

‘Digamos tierra’ dijeron, y empezó a ser la tierra. Así pudieron sentarse y descansaron sus cuerpos en la tierra.

‘Digamos agua’ dijeron, y empezó a existir el agua. Así pudieron mojarse y lavar sus cuerpos nuevos en el agua.

‘Digamos río’ dijeron, y empezó a caminar el agua.

‘Digamos canoa’, ‘digamos peces’, dijeron, y subieron a la canoa y se pusieron a pescar. Pero pescaron un pez malo que les mordió los dedos. Dijeron ‘¡Ay!’ y surgió el dolor.

‘Necesitamos ver: digamos luz’, pensaron, y empezó la luz. Vieron Aembé y Mterei las palabras, la risa y el deseo. Vieron sus bocas y sus lenguas, y desearon besarse de nuevo.

Estuvieron demasiado tiempo besándose Aembé y Mterei, y no dijeron más nada. Entonces crecieron en el río los peces, y se multiplicaron como en aquel milagro del hijo de dios, y no tuvieron más campo en el río. Salieron del río y conocieron la tierra, pero la tierra estaba muy seca y ellos empezaron a morirse.

Escucharon Aembé y Mterei el ‘¡Ay!’ de los peces y detuvieron sus besos. Sintieron pena al ver tantos peces muertos y se pusieron a llorar. Dijeron ‘pena’ y les salieron lágrimas, que fueron a caer en la tierra, y la tierra se mojó. Surgieron entonces las plantas de aquella tierra mojada. Tuvieron entonces qué comer los peces y dejaron de morirse.

Pero Aembé y Mterei decidieron no besarse más para que así no murieran los peces, y surgió la nostalgia. Pero no quisieron ellos nombrar a la nostalgia, que por eso se quedó presa adentro de sus cuerpos, sin poder realmente ser.

Se aburrían mirando el río y los peces dentro y los peces fuera, y decidieron entonces que fueran diferentes los peces del agua y los de la tierra. ‘Digamos animales’ dijeron, y surgieron las patas, los hocicos, las alas y los pelos en los peces de la tierra, que dejaron de ser peces y fueron animales desde entonces.

Comían plantas los animales, pero se hastiaron de ellas. Empezaron algunos a comerse a los otros, pero también se hastiaron de eso. Nomás comían y caminaban.

‘Digamos día’, ‘digamos noche’, dijeron Aembé y Mterei, y se hicieron entonces el día y la noche, junto con el cielo, que es donde subsisten; y recién pudieron descansar los animales, porque la noche fue hecha para dormir.

Sucedió que en la primera noche, cuando todos estaban dormidos, Aembé y Mterei no podían dormir. Entonces se miraron y se acordaron de la risa y el deseo. ‘Si nos besamos de noche no importa, pensaron, porque igual todos están durmiendo; además ya tienen las plantas para comer’.

Volvieron de esta manera a juntar sus bocas y sus lenguas. En lo que se besaban fueron perdiendo el miedo, así que por fin se animaron a decir ‘nostalgia’. En ese momento se liberaron sus cuerpos de ese peso y tuvo más campo donde crecer el deseo.

Deseó Aembé el cuerpo de Mterei. Deseó Mterei el cuerpo de Aembé. Toda la noche estuvieron Aembé y Mterei escuchando ese deseo.

Cuando llegó el día con toda su luz, de sus cuerpos empezaron a surgir otros parecidos a ellos. ‘Digamos personas’ dijeron ellos, y así surgieron las personas, que son todas hijas de ellos dos y de sus besos.

sábado, agosto 12, 2006

Grumos

Soñé mis pechos, y en la orilla de mis pechos, los pezones eran como de mazapán reseco: pequeños grumos separándose unos de otros, lanzándose irremediables al vacío.

Hinchados, desahuciados los pezones desgranándoseme.

Era una llaga ardiente la piel bajo aquella lenta despedida. Soñé que nada podría detener el resquebrajarse. Aún disgregados, esos preciosos pedazos seguirían siendo míos. Yo misma en lo roto, en el resto al final de la caída.

Intento descifrar esa angustia. La que nutre debe estar adolorida. Debe estarse asfixiando alguna canción dentro de mí.

Retorno una y otra vez a mis pezones heridos, y los quejidos me perturban. Permanezco quieta, esperando la palabra cierta. Aguardo a que en el silencio me roce. Pero no puedo, no puedo entender sus motivos.

Apenas mis pezones aullando. Y el vacío.

viernes, agosto 11, 2006

Doloroso placer

Esperar es subsistir con la nariz pegada a la tierra, ansiosa.
Esperar es seguir el rastro, escrutar las huellas. Acumular vestigios como fuego protector.

Esperar, incompleta y ardiente, es despreciar el propio reflejo.
Oscurecer los universos que palpitan dentro.

La que espera insiste olfateando, hambrienta de otro que siempre está
más allá.
Pero no para poseerlo, porque

esperar es someterse.

Más bien para
desnudar la propia entraña y
hacerse devorar.

domingo, agosto 06, 2006

De leche

Mi cuerpo es de leche. Viene de las tetas de una enorme ballena, escandalosa como la luna. Por eso mi cuerpo tiene de mar y de olas. Si apegas tu oído al círculo y guardas silencio, escucharás los bufidos prolongados que ocurren en mi adentro.

Mi cuerpo es más que estos brazos deseosos de tu cuello y de tu pecho. Viene de mujeres trepando cerros, palpitantes los muslos magullados. Por eso mi cuerpo tiene de horizonte y de aliento.

Las mujeres que animan mi cuerpo aprendieron a levantar sus faldas para cruzar los ríos. Verás que a veces crece y amenaza, pero después aquieta y te canta.

Tengo un cuerpo que engendra sus propios lunares y sus propias noches.

Tengo un cuerpo sin hombre. Por eso tiembla cuando se enreda en tu olor, y entonces piensas que es un cuerpo fácil, como un prado.

Pero cuando cuerpo se abre y penetra, migran las ballenas a buscar cantos desatendidos. Escalan las mujeres alturas de menta y viento. Levantan sus faldas ansiosas de agua fresca.

Hay cuerpos simples, que están hechos de carne y kilos y restas.

El mío acuna sólo cuando al otro lado encontramos mares, tetas de luna y colinas viejas.

viernes, agosto 04, 2006

Los besos

Esta noche me recosté junto a cuerpo, que yacía inocente mirándome. Era blanca la almohada bajo su cabeza, y me antojé de acariciar sus cabellos. Fueron entrañables aquellas lenguas escarlata entre mis dedos.

Tiene las muñecas delgadas, cuerpo; yo besé las dos ahí, en ese preciso punto donde anidan las venas que las mujeres cortan cuando se quieren suicidar. Al hacerlo fui delicada, porque ella está todavía sensible, como una laguna al amanecer. Era como hundirse en el agua estar nuevamente juntas, bajo las mantas de mi cama cuerpo y yo. Nos miramos en silencio y luego nos besamos en la boca. Un beso de nostalgia y encuentro.

Transcurrió tibia y mansa la noche.

Cobijadas en el círculo secreto, no dijimos nada: a veces no es necesario hablar. Bastan la presencia y el abrazo, porque los abrazos también tienen cosas para contar.

Ahora que cuerpo ha regresado, estamos empezando a encontrarnos. Ya vendrán otros días, con sus cargas y asperezas. Pero nos encontrarán livianas y dispuestas, porque ya nos dimos el primer beso.

Y nosotras sabemos que los besos son la forma más amable y sabia de convalecer.

miércoles, agosto 02, 2006

Del Don Choquehuanca

Sucre es la ciudad de lo maravilloso. A principios de año, en un viaje exhuberante de imprevistos y asombros, visitamos la Casa de la Libertad en un bullicioso grupo llamado familia. Esther, la lectora de poesía, y yo, fuimos arrebatadas por el siguiente texto, que fue forjado hace exactamente ciento ochenta y un años:

Saludo del Don José Domingo Choquehuanca a Simón Bolívar

Quiso Dios de salvajes formar un gran imperio y creó a Manco Capac; pecó su raza, y mandó a Pizarro. Después de tres siglos de expiaciones, ha tenido piedad de la América y os ha creado a vos. Sois pues el hombre de un designio providencial; nada de lo hecho atrás se parece a lo que habéis hecho; y para que alguno pueda imitaros, será preciso que haya otro mundo para libertar…

Habéis fundado cinco repúblicas, que en el inmenso desarrollo a que están llamadas, elevarán vuestra grandeza, donde ninguno ha llegado. Vuestra fama aumentará así como aumenta el tiempo con el transcurso de los siglos y así como crece la sombra cuando el sol declina.

A 2 de agosto de 1825